CELDA DE DIAMANTES
El último lanzamiento de la temporada sería el inicio del descanso. Sólo esperaba el ansiado out 27. Sólo esperaba un ponche y los seis meses de eterno calvario que implicaba cubrir diariamente un partido de nueve, diez u once entradas, finalmente concluirían.
Llegaría la hora de tomar la primera cerveza que marcaba el inicio de la libertad por casi siete meses. Si tuviera un apodo “ad hoc” con el cual podría sentirme a gusto y escogerlo, irónicamente me haría llamar “Mister Octubre”.
Con el debido respeto y perdón de Reggie Jackson, lo haría por la razón de que octubre marcaba el final a sabiendas que nunca, nunca llegaría este equipo hasta la última serie. El mes que marca la llegada del otoño, es quizá uno de los más felices y estaba a la vuelta de la esquina. Las hojas de un diario inconcluso se desprenderían como el follaje reseco de los árboles alrededor de Gaslamp o alrededor de cualquier rincón por el que viera niños guante en mano.
He de reconocer que el llamado paraíso de los grandes se ha convertido en una prisión de primer mundo. Yo la designaría prisión VIP, a todo lujo, pero en la que la rutina la convierte en el encierro perfecto las tardes y fines de semana.
En ocasiones preferiría volver a las polvosas mesetas y matorrales, donde la grama es inexistente y sólo la tierra cubre el diamante como si se tratara de una joya en bruto, esa que miles de niños añoran pulir y que llaman sus sueños de “big leaguers”.
Me gusta más por que sólo se trata de una ilusión como el sueño de ver concluida cualquier rutina en la que se convierte el hecho de ser, ver e intentar conversar con cualquier estrella. Por eso también adoro las menores, por ser la vigilia terrenal y no hay sueños o espejismos que hagan perder el piso de quienes deambulan por los senderos.
Pero, por qué preocuparse. Por qué lamentarse más si sólo falta un lanzamiento, aunque por momentos parezca eterna la espera después de que han hablado el manejador, el receptor y el cerrador. Todos en el palco esperamos el ponche, o quizá que el batazo termine en los guantes de cualquiera de los hombres del cuadro o los jardines.
Se ganará el encuentro, pero terminará la temporada. No se dio para más. Han sido seis meses completos en los que interminables líneas se han escrito a lo largo de las hojas de la libreta o en el teclado.
Finalmente llegará la hora de partir hacia el bar de la vuelta e ingerir la primera cerveza del primer día de una libertad esperada casi condicional, pero libertad al fin y que no depende de un plumazo, sino de sólo un lanzamiento.
Habrá tiempo de leer las páginas de los libros que se han comprado, pero que no han podido siquiera ser abiertos. Habrá tiempo de degustar vinos y quesos por la noche, escuchando cualquier pretexto en el tocadiscos, por que saben ustedes, que prefiero los vinilios a los compactos y para poder tener los siempre deseados a la mano se necesita tiempo para el recorrido y paciencia para buscarlos en el bazar, la tienda o en cualquier puesto de intercambio.
Tiempo habrá, dicen algunos amigos, de poder conocer y conversar con más “jevas” que de costumbre. Jugar a ser trovador en medio de la noche, mientras aquellos desconocidos se convierten en cómplices acompañados de jarras de cerveza clara u obscura, fría, refrescante como el rastro de la última huella dejada por lo que fue el verano de este año, que ha partido y que desde hace seis temporada no ha podido ser disfrutado por la rutina vivida inning a inning.
Sólo falta un lanzamiento. Llega el momento crucial. Es una recta, cortante, pero qué sucede. El bateador ha adivinado la trayectoria del cerrador. El partido está 0-2 a favor de los locales a punto de concluir, pero hay un hombre en base. La bola sigue, sigue, sigue... y la esperanza de que todo concluya justo ahora se va a la calle como el jonrón que posterga la sentencia al menos por un inning más.
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