Terreno oscuro este, lleno de vida, lleno de muerte.
El recuerdo de los que lo habitaron alimentan a los vivos
que se aprovechan de la muerte.
Tempranera, tardía. Muerte al fin.

Terreno oscuro este, polvoriento casi húmedo.
A mis pies tierra negra. Tierra fértil. Muertos que alimentan el desolado paisaje, alfombrando con sus cuerpos lo que siempre fue una tierra inservible.
Muertos orgullosos. Muertos. Todos muertos.
Pobres algunos.
Bocas abiertas queriendo lanzar el último grito de pasión. Engañados por la risa del triunfo.
Ahora yacen aquí, en este insalubre terreno.

Terreno oscuro. Oscuro como el día.
Hasta las nubes oscurecen y rondan por el lúgubre paisaje armonizando mi estadía.

No se como, no caminando sigo paseando.
Encuentro una fosa y dentro de ella lo que me representó en este mundo. Veo todos y cada uno de mis huesos, no así mi cabeza, y en su lugar un escudo que hace juego con el tono del yermo paisaje.
El negro está de moda.

Comienzo a sepultarme. Primero mis piernas. Luego mi pecho.
Mis piernas, mi pecho, y ya no hay tierra para lo que es mi cabeza.
Comienzo a excavar al lado de mi tumba con la ayuda de una rama y poco a poco sigo tapando mis restos.

El gran hongo aparece de repente. Poco tronco, mucho gorro.
Amarillo repelente del presente. Húmedo de agua venenosa.
Hay varios a su alrededor. Olvidados por el tiempo pero tan nuevos como hoy.
Dejan escapar su aroma de calor y fuego, transportados por el viento. Fuerte y arrasante.

Retomo el trabajo en mi lecho recomenzando por mis piernas destapadas por la mortal brisa.
Cavo y cavo en busca de tierra y cuando el pozo es lo suficientemente profundo, alguien comienza a taparlo.