Muerte.
Nada más que una palabra.

Muerte.

Ahora esa palabra engloba la realidad total, la condición única que reina sobre el planeta.
Muerte. Muerte en las calles vacías, salpicadas aquí y allá por muertos. El viento parece también haber muerto. Muerte en los edificios silenciosos en cuyo interior todo se mueve. El intolerable olor a corrupción envenena el aire, lo apelmaza y solidifica como si fuera grasa.

Yo estoy solo en medio de este osario monstruoso. Camino por inercia, alentando aún la esperanza de encontrar otro ser vivo. El eco de mis pasos es, sin embargo, lo único que escucho.

De todas partes me contemplan. Sus bocas negras y dislocadas parecen reírse de mí. Ellos poseen la riqueza que yo anhelé y, como ellos, no creí poseerla hasta este momento.
Ellos están muertos. (gracias Gilgamesh, Wood y Ferrari)