Siento tu respiración desesperada, me doy vuelta, el aire corta la tragedia en delgados episodios, te llamo con el hilo desangrado de mi voz pero no respondes, tu gemido se despierta bajo la llovizna pasajera, vuelvo a escucharte ya más lejos, la distancia desgarra mi silueta en infinitas expresiones, gesticulo con mis manos atadas al infortunio mientras puedo verte pendiendo de la nada con tus ojos mortecinos dirigidos a mi imagen. La brisa mueve lentamente el resto de tu piel debajo del añejo roble, me acerco junto al inapelable lamento de los sauces que bendicen el sendero mientras tu sombra se adormece oscilando en una soga. Ya no hay prisa, las hojas zumban a mi alrededor entretejiendo el absoluto, me siento a contemplarte desde la tarde al alba que inundan mi estadía, junto un ramillete de felicidad atrapada entre los lirios para fundirme dentro de tu pecho que aún susurra amor. Detrás el mundo ha desfigurado su silueta paralelo a tu partida, despido tu silencio bajo las gotas que aún declinan por mis labios y beso el infinito de tu piel que yace inerte, mientras mis dedos hacedores atan y desatan el mismo atardecer; ya estamos juntos nuevamente.

Ana Cecilia.