La calle solitaria al atardecer fue testigo de su segundo cigarrillo mientras vagabundeaba sin dirección por la ciudad, esperando que la solución que se diera sea la mejor dentro de las dos posibles. Aspiró el humo sin quererlo realmente, perdiendo la mirada en un escaparate que mostraba un maniquí semidesnudo y varios vestidos colgados de un perchero. Su reflejo en el vidrio le hizo ver que la edad no pasa en vano y que en realidad uno se vuelve más viejo cuando mas problemas tiene. El maniquí la miraba fríamente mientras su reflejo la hacía pensar en él, quien en esos momentos debía de estar haciéndose la misma pregunta que ella después de la discusión que habían tenido solo unos minutos atrás.
Lo conoció en una reunión de los amigos de su hermano, con quien era compañero de estudios y juergas, fue la imagen predefinida de un encuentro casual sin mucha casualidad, como salido de una película cursi; él estaba en la cocina sirviéndose un trago mientras el resto disfrutaba del ambiente de la fiesta, la música estridente se colaba hasta por los poros de la piel, ella bajó las escaleras buscando algo con que saciar su sed sin alcoholizar su cuerpo, cruzaron sus miradas cuando ella traspasó el umbral de la puerta y el instante mágico fue congelado en el tiempo, no se separaron esa noche y solo conversaron como poniéndose al día de 24 años sin haberse visto.
La noche iba entrando y el cigarrillo se apagaba lentamente en el suelo, cerca de la banca donde se encontraba sentada; una estrella solitaria se encendió en el cielo púrpura y su mirada quedó quieta en ese punto de luz a miles de kilómetros de la Tierra... Así se sentía ella ahora que de forma inconsciente empezó a pensar en él, a miles de kilómetros cuando solo unas cuadras y una disputa los distanciaban. Trataba de indagar en que había fallado para su actitud, para dejarla de lado y volver a las andanzas de galán conquistador de telenovelas con los amigotes de siempre; sabía que a veces era un poco celosa y en muy contadas ocasiones posesiva, pero no lo suficiente como para que él haya decidido alejarse de su lado. Pero eso no la molestaba tanto como el hecho de que él se hubiera dejado ver, de hacer sus perradas a vista y paciencia de todo el mundo, incluso de ella y de tratar de explicarle en la vía pública que solo era una amiga, recibiendo una bofetada que resonó hasta en la luna y una advertencia de dejar el departamento donde vivían.
Llevaban 2 años de relación amorosa cuando lo decidieron, vivirían juntos para ver cuanto les alcanzaba el amor o si morían en el intento. Fue el grito en el cielo de los padres de ella, objetando que él no se encontraba a su altura y que se vería mal que se fueran a convivir sin ningún tipo de unión, ya sea religiosa o legal. Buscaron un departamentito cerca y lejos de todo, una zona tan céntrica que les daría el espacio suficiente para hacer su vida sin laintervención de alguna fuerza opositora. Fue su refugio, su sagrado recinto, dormitaban hasta tarde los días en que nada había que hacer, se paseaban desnudos en noches de vino y velas para terminar sudorosos al amanecer de una noche interminable de pasión desenfrenada, sus rincones se volvieron testigos de conversaciones y discusiones, penas y alegrías; cuando los ánimos se cargaban cogían sus maletas y huían en dirección al lugar de donde anteriormente se habían fugado, solo para descubrir que uno era ninguno sin el otro, daban dos pasos fuera de la puerta y al volver la vista había una mirada llorosa esperando con los brazos abiertos.
La noche cayó sin que ella se diera cuenta, el cuarto cigarrillo se extinguía poco a poco con cada bocanada de humo que exhalaban sus pulmones. Pensaba en todo el amor malgastado, en todo el tiempo perdido en una ilusión vana. Retrocedía en su memoria hasta el momento exacto en que le dio la disyuntiva de su vida, una encrucijada de la cual ambos saldrían perjudicados. Lo que le dijo le dolió en el alma, le dolía aun, debía dejarla a su suerte, abandonarla, desprotejerla e irse con sus perras, ellas le podían dar el cariño que ya no podía manejar ella. Sabía que si al regresar no lo encontraba rompería todo, mandaría a la mismísima mierda todo lo construido con él en sus dos años y tres meses de vivir juntos, dejaría el departamento y vagaría por cuartuchos hasta hacerse nuevamente de una vida sin él. De lo contrario, si lo encontrase aun en el departamento, esperando por ella, lo abrazaría, cerraría la puerta con llave y la botaría, no lo dejaría salir así murieran de hambre y vivirían de amor hasta que sus cuerpos aguantasen, lo quería demasiado como para dejarlo ir.
Tanto lo quería que se convirtió en su sirvienta, su confidente, su amante. Lo esperaba por las tardes a que regresara del trabajo a medio tiempo que había conseguido en uno de esos locales de comida rápida que tanto abundan ahora por la ciudad, se sentaba en la mesa con él mientras se fumaban un cigarrillo y se observaban mutuamente contándose los hechos del día. Ella trabajaba en una escuela para niños en etapa pre-escolar, por lo tanto su trabajo se remontaba a las mañanas y parte de la tarde, el resto del día los pasaba limpiando o haciendo compras, vivía por él y solo para él. En cambio él usaba las mañanas para descansar, leer un poco y avanzar con los pequeños cachuelos que realizaba y que le servían para mantenerse. Pero fue el mismo roce con otra gente lo que lo hizo cambiar, su vida monótona lo llevaba a ir mas allá de una relación cliente-vendedor, coqueteaba en el counter y más de una vez consiguió un número telefónico con un guiño de ojo y una sonrisa perfecta. Se escapaba muchas veces por las mañanas, aprovechando que ella no estaba en casa y vivía una vida de soltero con las chicas efímeras de una tarde. Salvo aquella, cuando saliendo de almorzar de un pequeño restaurante y cogido del brazo muy cariñosamente de una supuesta “amiga”, se fue a topar cara a cara con su conviviente. Le dolió la bofetada y más le dolió escucharla tan determinada, tan segura de su decisión, él tan desprotegido, mirando a todos lados y a ninguno, que solo le quedo agachar la cabeza y, dando media vuelta, caminar hacia el departamento en busca de sus cosas o en busca de una solución mientras ella regresaba.
Las luces de la ciudad ya estaban encendidas y le daban esa aura amarillenta que atrae a las polillas, los vehículos que pasaban zumbando en sus oídos le dejaban el destello de los faros halógenos grabados en la retina, era el sexto cigarrillo que fumaba y las calles se hacían conocidas, los rostros se volvían amigables y algunos hasta la saludaban a su paso; al doblar la esquina se encontró con su destino, vio las luces del departamento encendidas, el tercer piso nunca antes se vio tan solitario, el portero no le dio razón de él, simplemente no había notado si él había salido o entrado. Las escaleras se hicieron interminables y cada paso que daba le dolía en el corazón; esperaba encontrarlo sentado en el sofá, con la cabeza entre las manos como cada vez que él pasaba por alguna crisis; esperaba verlo así para consolarlo y decirle que todo era una mala noche, un mal sueño y que volverían a ser felices. El número 302 le daba a la altura de sus ojos, metió la llave en la cerradura y esta cedió sin dificultad, la radio encendida repetía la misma canción, su canción, había en el ambiente un olor a jazmín, su flor favorita; en la cocina, dos velas rojas se consumían lentamente en un candelabro de cristal, una lágrima rodó en su mejilla, aguantó un sollozo, más al entrar en la habitación no pudo aguantar el llanto. Ahí, sobre la cama, había un ramo de jazmines y un mensaje que decía LO SIENTO, SE FUERTE. Se sentó al borde, olfateo las flores y se dirigió al balconcillo de la sala, encendió un nuevo cigarrillo y mirando alrededor decidió que tenía que aprender nuevamente a vivir. |