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Te quedaste ahí, tranquila, esperando. Tenías que tomar el siguiente camión. Por el momento sólo veías los vehículos pasar, uno a uno, cada modelo diferente con su respectivo color a una determinada velocidad. El ruido no parecía importarte. Algunos tocaban furiosamente el claxon al momento de una situación no deseada, por aquellos conductores que se atraviesan en su camino. Estabas, sencillamente, abstraída en tus pensamientos, sintiendo esa actividad cerebral en tu cabeza. Tal vez, después de todo, no estabas viendo los vehículos, ni la calle, ni las personas. Era el simple hecho de no tener los ojos cerrados: en algún momento pasaría el camión. Pasó el tiempo, no podría decirte los minutos transcurridos. Finalmente llegó, tardaste en reaccionar. Pensé que olvidarías tu bolso, pero lo tomaste y lentamente te dirigiste a la puerta que se abrió automáticamente. Subiste los dos escalones, le entregaste el boleto al conductor. Sólo volteaste a ver a los demás pasajeros para encontrar algún lugar. No había mucha gente, eso no importaba. Te sentaste, en la primera fila, la que está a lado de la puerta, escogiste una ventana en el quinto par de asientos. No le veo el caso, ni siquiera mirarías a la calle. Sólo tenías que esperar, era la cuarta parada, o la quinta, para llegar a casa. Me pregunto, ¿qué tanto pensabas? ¿fue algo que dije? Llegaste a casa, se te pasó la parada, te bajaste en la sexta. Caminaste más. Al llegar a tu hogar, abriste la puerta. Entraste. Dejaste tu bolso en el sillón de la entrada. Cerraste con aldaba, quieres sentirte segura en todo momento. Fuiste a darle de comer al perro. No tenías hambre, subiste a tu cuarto sin cenar. Se acercaba el momento que parece interminable: no sería fácil dormir. Lo sabías. Hiciste todo tan lento como pudiste. Necesidades fisiológicas, lavarte los dientes, ponerte la ropa de dormir. ¿Leer un poco? No sería posible concentrarte. Ya no había nada que hacer, ¿para qué prender el televisor si no le prestarías atención? Entonces, te introdujiste en tu cama, a pensar. Pensabas en mi, en lo que pasó hoy. Puedo decirte lo que hiciste desde que te dejé en la parada. Tus movimientos tan mecánicos, como activados por un switch, casi como un robot. Tu mirada perdida, esa inocente mirada perdida. Tal vez, algún día entiendas por qué pasó, por qué estás tan sola. Es imposible saber qué pasa por tu mente, creo que ni tú misma sabes.

Caracol. Enero 2006

Texto agregado el 21-06-2006, y leído por 117 visitantes. (0 votos)


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