Lo decidí repentinamente, mientras las musas se inclinaban sobre mis tormentos: Sería feliz; testigo de esa brevedad habitando nuestros cuerpos; de la inquietud que nos separa bajo una delgada presunción e infinidad de incógnitas. A mi alrededor, nadie se había percatado de esta sombra zigzaguearte entre las coordenadas del olvido; de mi ser alado y sonriente flotando ante sus ojos. Detrás, algunos otros cuerpos volvían a ser condenados al exilio, conformando ese antiguo temor al que llaman condición humana...