---TIEMPO LOBO
Omar Barsotti
Este siglo, apenas comenzado, está revelando la paradoja del progreso humano. Esperanzas e ilusiones del pasado se estrellan mente contra una realidad muy distinta a la prevista en los sueños idealistas que iluminaban un futuro promisorio de paz y hermandad humana.
El siglo 19 nos dejó la equívoca impronta del progreso automático. La ciencia y la tecnología, nos ilusionamos, proveerían bienes en calidad y cantidad creciente para cubrir la demanda e inducir los precios a la baja poniéndolos al alcance de todos. Para el primer cuarto de siglo XX supimos que no era tan simple. En la década del 30 los almacenes estaban abarrotados, pero no había quien pudiera pagar por su contenido. Era paradojal, las empresas quebraban en la plétora y los consumidores aprendían por la vía dura que el abaratamiento no sirve si no hay salarios.
Ante el hecho de que el mero progreso tecnológico y el crecimiento empresarial no significa progreso social, los gobiernos se obligaron a intervenir con políticas activas para conjurar las crisis cíclicas; pero la tecnología impuso su paso al siglo: cada vez hay más máquinas que reemplazan al ser humano y, a cada instante, mejores materiales y mecanismos de planificación, control y diseño segregan, aún más, la participación laboral humana. El mismo fenómeno generó comunicaciones inmediatas e implacables y transportes que transformaron al mundo en un pañuelo, haciendo que los bienes y servicios se oferten y muevan a una velocidad que trastorna los mercados locales.
La Globalización ha puesto sobre el tapete la eficiencia, agudizando el desprendimiento de mano de obra con el fin de ganar competitividad. Rizando el rizo de la paradoja, la mano de obra desalojada será, tarde o temprano, en una región, lo suficientemente barata y abundante como para competir en aquellas regiones donde aún el trabajo abunda y los sueldos son altos. La inestabilidad laboral resultante opera como un ominoso acicate sobre el trabajador ocupado, empujándolo a ceder sin límites derechos y pretensiones.
Desde el punto de vista estrictamente económico globalizado, las cosas están bien. Las leyes del mercado regulan la oferta y la demanda, establecen el valor del trabajo y los bienes y hacen felices a los contables que ven el universo a través de las pantallas de su PC. En este sueño spenceriano nada se pierde, todo se transforma : lo que no está en la Argentina se halla en Malasia, y viceversa. La plétora y la miseria practican turismo por todo el planeta.
Del otro lado del tubo catódico las cosas son distintas. Cada curva, cada ciclo, cada instante del tiempo, se cobra su porción de vida humana. El Tiempo es el Lobo del Hombre. No tan solo porque devora años de vida, sino, y aún más, porque los seres humanos que quedan atrapados en los meandros que son naturales para los economistas, se atrasarán y serán indefectiblemente condenados a sufrir por su incompetencia. La Entropía tiene su máxima expresión en la calidad de vida humana la cual, para transcurrir en forma civilizada, requiere que muchas cosas sean hechas, vividas, aprendidas y recibidas en una edad determinada pasada la cual, no hay revancha.
Comparativamente el esclavo y el siervo, aunque estaban en una posición deplorable y eran víctimas del arbitrio del amo, eran "clase" de su sociedad y tenían protección legal; podían comprar su libertad y poseían el derecho moral de levantarse contra la opresión, y , sobre todo, tenían valor económico para sus amos, mereciendo, al menos los cuidados aplicados a cualquier bien o maquinaria. La desocupación crónica, por el contrario, ha gestado la condición de" paria económico", un sobrante molesto que vive excluido del presente y el futuro, está reprimido por una ética equívoca, automáticamente perseguido por la ley y socialmente negado. No alcanza ni el valor de un esclavo.
Hasta hace poco, en la Argentina, la cuestión social carecía de las aristas de extrema exclusión que hoy se manifiestan vertiginosamente. No es la falta de recursos la sola consecuencia, estos pueden ser suministrados por la ayuda social solidaria o gubernamental. La baratura industrial provee vestidos y alimentos y la parafernalia electrónica ofrece entretenimiento y diversión masiva. Son la desculturización, la indisciplina y el disociamiento el centro del problema. Tanto la Escuela Pública, ese olvidado igualador social, como el trabajo organizado educan al individuo y lo integran. Si es aplicado encontrará caminos para progresar, sin necesidad de convertirse en un caníbal darwinista. Hoy los muchachos acceden al trabajo demasiado tarde para aprovechar sus ventajas. La mayoría debe contentarse con tareas irregulares y, en muchas ocasiones, ilegales.
Como la sociedad no puede contener a sus miembros, formas paralelas lo adoptarán; las organizaciones delictivas encuentran siempre forma de aprovechar a un joven avisado que necesita ganarse la vida. El carácter masivo que van tomando estas modalidades es el dato fundamental para evaluar el futuro. La formación de gruesas capas sociales subculturizadas, mal nutridas, sin adiestramiento laboral, incapaces de comprender los requerimiento del planeamiento, el horario y la disciplina social no es una anécdota fácil de superar el año que viene con un “decreto de necesidad y urgencia”..Desocupación, crimen organizado, incertidumbre laboral y marginación conforman una mezcla subversiva que, al final, requiere represión. Los que creen en esta solución es hora que asuman las consecuencias.
Jorge Mejía, Secretario de la Congregación Vaticana para los Obispos ( no precisamente un portavoz de la anarquía internacional) exhibió a los empresario en la picota, exigiéndoles que pongan en relación su trabajo concreto de empresarios con sus deberes con Dios y el prójimo y describió al desempleo como una a de tiempo política y económica. Oportunamente, el Presidente del Banco Inteamericano de Desarrollo anunció: "Con esta pobreza, peligra el crecimiento". A la vez puso en dudas la base distributiva liberal al sostener que "no hay campo para el crecimiento sostenido con tan altos niveles de la comunidad fuera del sistema económico".
Estas opiniones son certeramente críticas pero no operan en el nivel adecuado. Es difícil concebir al empresariado, como corporación, por propia iniciativa, acordando normas del juego que resuelvan la cuestión social. Están paranoicamente acuciados por la competencia, la volatibilidad de los capitales y la propia avidez, y la de sus peligrosos colegas. Sus equipos directivos no la pasan bien y la competencia entre ellos alcanza niveles de canibalismo. No, ciertamente, el pensamiento ético raramente crece en tales yermos.
Estos son temas de la política. Los europeos confrontan hace tiempo estas realidades. En la cumbre de la Unión Europea, quince jefes de Estado coincidieron en un o de cohesión social; Jacques Chirac, reclamó la responsabilidad del Estado para luchar contra la desocupación, pero sobre todo, contra la exclusión de los ciudadanos. Se adiciona una significativa advertencia a los países postulantes a integrar el bloque: primero han de luchar contra el crimen organizado.
El poder político no puede ser un poder subsidiario del poder económico y el delito organizado. Su función es administrar todo el poder y distribuir las cargas que soporta la sociedad creando las condiciones de igualdad de oportunidades y justicia, impidiendo los abusos de cualquiera de los sectores. Caso contrario se transforma en una mera cámara compensadora de los intereses de los poderosos con lo que, desde un punto de vista lógico, su existencia es redundante.
Adicionalmente, y a causa de esa situación, el sistema Repúblicano es incompetente e insuficiente para garantizar la protección del individuo frente a la asociación del Estado y las corporaciones. Sin duda, el crecimiento de la resistencia civil con distintos grados de organización, está reclamando otros modos para asegurar el ideal democrático.
En Argentina muchos políticos están más interesados en forjar sus fortunas y las de sus amigos que gobernar. Muchos se deslumbraron con los éxitos del liberalismo económico y en serio creen que es el Fin de la Historia y no hay nada más que hacer que esperar que el árbol de la modernidad rinda generosamente sus frutos. Hay otros que han perdido el espíritu para liderar el cambio y se han resignado a ser cómodos pasajeros de un bote cuyo timón les es ajeno. Todos éstos ya no son políticos. Tampoco lo son los que se limitan a sustituir la política con el placebo de los presupuestos de Ayuda Social que, como denuncia el INDES " no llegan a sus destinatarios por ineficiencia y corrupción", flagelante denuncia que no conmueve a nadie y, como tantas otras, queda en la nada.
El pasado inmediato de la República Argentina debería dejar alguna lección
positiva que vaya más allá de las llagas de la desilusión y los efectos terribles del despojo. Hoy debiéramos saber ya que el Gobierno ( éste o cualquier otro) no puede dejarse abandonado a su libre albedrío. Los controles deben funcionar, no hay salida, no es una cuestión de depositar nuestra fe en el que gobierna. No hay cosa más fácil de corromper como quien detente cualquier medida de poder. Los que creen que basta con elegir un gobierno y luego dejarlo estar en funcionamiento automático, son unos idiotas o están mezclados en algo turbio y les conviene esa situación. No hay intermedios en estas calificaciones.
El debate entre el “liberalismo” y el “progresismo” carece de todo sentido si ambas partes sostienen posiciones fundamentalistas. Los supuestos liberales económicos no han tenido empacho alguna en obtener ventajas del Estado y posicionarse empleando con toda liberalidad los métodos del crimen organizado y una no menos liberal distribución de coimas. Esto y las engañosas formas de la pomposamente denominada ingeniera financiera y de las responsabilidades legales, no fueron llevadas adelante por Al Capone y su banda sino por serios y solemnes funcionarios privados que pertenecían a no menos serias y solemnes empresas nacionales y extranjeras, protegidos por funcionarios de larga trayectoria profesional.
En cuanto al otro término de la ecuación, el autodenominado”progresismo”, no ha sabido pasar de la mera crítica, más o menos lacrimógena, con una alta dosis de demagogia social. A veces ha sabido señalar los errores pero parece totalmente incapaz de proveer ideas superadoras. En términos generales los que se adscriben al progresismo son individualistas que se ofrecen para ser funcionarios de un Estado intervensionista. Son, en última instancia, los que los españoles llamaron en algún momento “arbitristas”. Dado que su ascenso al poder Estatal será regularmente imposible por su incapacidad de asociarse y unirse ya que andan constantemente de cabeza con sus iguales por un “quítame de aquí esas pajas”, estarán condenados, si hay suerte, a intentar alcanzar el poder por la fuerza. Que el progresismo lleva en si mismo el gen del autoritarismo y el mo, bajo la máscara del pensamiento democrático, es una verdad comprobada.
Entre los que quieren imponer la equívoca, cuando no falsa ética de premios y castigos y pseudo competencia leal, del pensamiento económico liberal y los que llegan al Estado para usufructuar de sus cargos levantando banderas de justicia social, debe instalarse una clase política que se haga cargo de la obligaciones que les cabe para mantener la Nación Unida y el Estado Responsable. No es necesario renunciar ni al cambio, ni a la modernidad, ni a la globalización, ni a la tecnología. Si, como para nuestro caso, cabe el "ajuste", es necesario repartir las cargas integrando en la ecuación económica el factor humano y el componente ético de la condición humana. Esta es una cuestión de vigilar, controlar y, si es preciso, experimentar con todos los instrumentos, sin prejuicios; utilizando el máximo de ventaja de cada uno con objetividad y sin cómodos ideologismos.
Es imprescindible una intensificación de la participación ciudadana, hoy en ciernes, si es que se espera una actividad política de calidad irreprochable y eficaz que administre el poder dentro del ideal de un gobierno de todos y para todos. Existen todavía reservas morales y culturales para remover el cómodo sentimiento delfatalismo que nos imponen desde la corporación del poder.
Hay que empezar ya, el Tiempo, ese Lobo del Hombre, es oro para la economía abstracta, pero es vida para el ser humano.
Omar Guillermo Barsotti.
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