En un paraíso de fantasmas sin fin, vivo feliz.
De muertos, de miedos, de pensamientos incesantes que martillan la vida y la mente. Constante.
Dolor romántico y sensual que traspasa sentidos y ensancha visiones, que nos lleva por senderos oscuros y abstractos donde no se está seguro del éxito o el fracaso, donde un éxito es también un fracaso y donde el fracaso es un escalón al éxito. Es un total encuentro de emociones, un gran espiral de ilusiones, donde estamos todos unidos por los fuertes e inconfundibles lazos de una gran quimera. Quimera que para unos pocos, ya del paraíso desterrados, es la fantasía realizada. Es la fruta envenenada, que después de disfrutada, es preciso despreciarla para volver a encontrarla…
Solo se ponen cita las locuras grises de una imaginación infatigable. Todo es sombrío y en este paraíso de símbolos y significados inconcretos la fantasía es reina, e impera en toda su magnificencia, desplegando todas sus facetas antes sus acérrimos discípulos: vástagos de una generación incomprendida y pertenecientes a una sociedad incomprensible. Todos estos, juntos, agitados, mezclándose constantemente al amparo de la fantasía y el delirio, van formando todo su ser y todos sus objetivos, teniendo como luz, el espejismo nítido de un sentimiento colectivo de grandeza, de triunfo, de profundidad y de perfección
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