Para una amiga que se extraña.

Cuando El Doctor Torres puso su mano fina sobre el hombro de su ahijada y la llevó a un sótano aledaño al consultorio, el frío le erectó con violencia los pezones, haciéndolos sobresalir de su blusa escolar.
Ordenados en fila, del más grande al más chico, los botellones reposaban con sus ojos glaucos. La cabeza del feto mas grande empujaba hacia abajo como una pelota macabra. Pegadas a su cuerpo las manos y las piernas, como si aún tuviesen frío.

La mano del doctor recorrió su cuello y le jaló la oreja.
— Cada vez que forniques con un varón, siempre estarás en riesgo de que tu matriz forme una criatura, como las que están en los frascos. Así que debes de tener cuidado.

La púber salió impresionada de aquellos seres que parecían nadar en el líquido ámbar y muchos años después, cuando hacía el amor, veía en la frente de su amante aquellos ojos que con una mirada ausente la juzgaban.