Tenue iluminación envolvía la quietud nocturna. Allí estaban los amantes, una vez más frente a frente en medio de la noche. Soñaban despiertos, y al encontrarse sus miradas excitaban cálidas inquietudes.
Ella luchaba denodadamente por apaciguar sus emociones; él las alimentaba. Y a cada palabra sentía que desmoronaban sus fuerzas. Temía aquella noche terminar por ceder ante las pretensiones de su enamorado.
Como canto de sirenas entraba cada palabra en su mente. Debilitaban gota a gota su voluntad.
Era momento de intentar algo o perdería la batalla. Tuvo que hacer colosal esfuerzo para romper el estupor que dominaba su mente, su cuerpo y su voluntad. Lanzó una sugerencia a su amor para distraer la tensión de aquel momento.
--Escuchemos música... Sí, eso, pongamos algo de música...
--Es que, no funciona mi reproductor de CD's.
--El radio... sintoniza alguna estación de radio.
--¿Con tantos cortes comerciales? Ni pensarlo. Prefiero seguir contemplando tu belleza. Prefiero seguir a solas contigo en esta romántica noche, y no en compañía de un merolico que algo trata de vender.
--¡La PC! Sí, anda, radio en Internet. Escuchemos música sin cortes comerciales.
Y sin esperar respuesta se apresuró. Abrió Internet Explorer y tecleó: http://www.batanga.com. En cuanto desplegó la página preguntó a su compañero.
--¿Te gustan las baladas? Vamos a baladas --él accedió a regañadientes, tratando de no contrariar a su pareja.
De inmediato comenzó a sonar la música. Emmanuel cantaba con esa voz acaramelada --Vamos a amarnos despacio esta vez...
--No, no... busquemos otra cosa, mira, hay otras estaciones.
--No, déjale allí, has tenido una excelente idea, sigamos escuchando la música.
Y mientras la melodía fluía excitante, ella sentía que todo se tornaba en su contra. Por primera vez aquella noche pensó en ceder.
--Me encanta esa mirada --decía él, sabedor de que dominaba la situación --eres muy hermosa, y tus labios...
Sus miradas se encontraron una vez más. Sostenida mirada que acabó por romper toda resistencia. Como si una fuerza magnética los atrajera, sus labios se fueron acercando. Cada vez más cerca, sin dejar de mirar sus ojos... Y cuando estaban a punto de unirse, el frío cristal de la pantalla se interpuso entre ellos...
--¡Mierda! ¡Maldita sea! ¡Maldita tecnología! ¡Maldito Messenger! --tecleaba y tecleaba él fuera de control, mientras que ella, al otro lado del Atlántico, sonreía nerviosa.
En Cancún, en la costa mexicana del Caribe.
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