Y otra vez me encuentro en el mismo lugar, cabizbajo y con los ojos cerrados, cuanta imagen atraviesa mi mente devolviendo recuerdos, cuantos momentos vividos en aquella planicie verde que se pinta de blanco en sus márgenes, para imponer reglas, donde los limites mas que el tiempo, mas que el espacio, son impuestos por el ansia y perseverancia de cada uno.

Como todo en la vida existe un comienzo y a veces quisiera olvidar el mío, no porque me avergüence, sino más bien porque me inspira temor. ¿Que interés podría tener un niño de 10 años en cambiar el ritmo de su vida?, sin algún consejo, sin una mano extendida, no tiene nada, no tiene la mas mínima idea del daño que puede estar latente para su futuro. Es así como de alguna manera comenzó todo…

Durante mi infancia siempre tuve mis ojos cegados, ¿quieres ir a jugar?, me preguntaban mis amigos, pero para mi no existía ningún interés si la invitación no tenia un televisor o videojuego de por medio, es así como me aleje de todos por largos años y sin darme cuenta, victima de la gula, me convertí en un niño gordo, un niño que al defenderse de las burlas se convirtió en un tanto agresivo, pero en el fondo cada palabra significaba dolor. Es así como trascurrió mi vida hasta llegar a una edad donde comencé a sentir algún interés por jugar con los demás, correr atrás de ese balón descascarado por el tiempo y raspado por la calle. Hasta que cierta tarde de verano jugando con los demás, surgió una invitación de una escuela de fútbol local a la que asistimos todos sin excepción. Era distinto a todo lo que yo imagine, no era una pichanga, no era un juego de niños. Al terminar el primer entrenamiento mis piernas no respondían y el dolor era general, pero me sentía tranquilo y feliz de alguna extraña manera. A la semana siguiente nadie pensó que aquel niño gordo asistiría, bueno, yo estaba ahí nuevamente y esta situación se volvía a repetir cada semana. Con el pasar del tiempo muchos fueron quedando en el camino incluyendo a casi todos mis amigos del barrio, yo seguía entrenando todo lo que podía, no importando cuantas veces me quedara en la banca, no importando las burlas, no importando nada mas que el responder a una pregunta…¿Qué se sentirá ser bueno?. De cierta forma sentía envidia de los demás por no poder jugar de la forma que ellos lo hacían, pero llego un momento en que una mano amiga se extendió y me enseño que mi entrenamiento semanal no era suficiente, que tenia mucho que aprender, comenzando por mi mismo, conocer mis cualidades y defectos. Y así comencé a desarrollar algo más que la habilidad para el juego, me dedique a lo que yo podía alcanzar de forma realista, un juego a base de potencia, un juego menos bello, pero no menos importante. Al estar jugando de forma regular me sentí superior a muchos y sin darme cuenta a veces fui prepotente y soberbio con personas que no lo merecían. Transcurridos dos años y medio, con una camiseta de número 4 segura en mi espalda, con personas que desean el poder ocuparla al borde del campo de juego… no soy feliz, no soy pleno, y no puedo encontrar respuesta a mi mayor interrogante, creo que aunque quisiera parar no podría hacerlo, sin un balón mi vida no tiene sentido.

Poco a poco me he dado cuenta que a lo largo de mi vida no ha existido mas que aspectos negativos, desde la gula, soberbia, envidia, ira, y que ahora no los necesito, de cierta forma han sido útiles para cambiar, pero la repercusión a los demás siempre es negativa y mas haya de eso son negativas para uno mismo. Comienza a hacer frío y es mejor volver, abrir los ojos y dejar de pensar en el pasado, todo lo que importa ahora es levantar la mirada y solo seguir adelante, seguir los sueños hasta el horizonte en el ocaso del atardecer.