El Canto de Claudio



Claudio llegó atado y algo maltratado, y aunque resolvió callar, se observaba en él cierto desconsuelo, pues aun no comprendía muy bien la razón de su condena, siempre fue bueno, noble, agradable.

Aun lo sigue siendo.

Como condenado que se respete, recibía tan solo agua y escasos granos de maíz o de arroz que sobraban a algún impío que disfrutaba de la prolongación de su muerte. A pesar del incómodo lugar que se le asignó, a pesar de la indiferencia de esas personas que por su lado pasaban, a pesar del vacío y la soledad que le acompañaban; supo sortear muy bien las adversidades; siempre dando la otra mejilla, siempre con su cabeza agachada, siempre con su nefasta soledad.

Claudio, humilde y taciturno!!!

Sigue esperando el momento de la ejecución, respira lento, con la sabiduría que solo pueden dar los años (¿o querré decir meses?).

Paciente, eleva sus alas como quien procura volar libre en un mundo lleno de trampas y dificultades.

Resignado, hace uso del quizás único talento que posee, el canto. Canta en las mañanas y antes de dormir, canta cuando está triste, canta cuando no está triste. Su canto es tan bello que algunas veces logra captar la atención de los habitantes de este pueblo.

Hoy no es un día normal. Hoy mis padres han escuchado su canto, finalmente lo han escuchado. En efecto, están maravillados, justamente hoy, el día de su ejecución. La confusión es grande…

Pero, de repente mi padre toma la vocería:

El gallo se queda con nosotros, mientras encontramos un lugar donde pueda cantar libremente!!!




HERICUENTO