©UN ÁNGEL CAÍDO EN EL BAÑO

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(Tacna - Perú)

A Gabriela, siempre, a pesar de todo.

Gabriela quiso conversar temprano, dos horas antes de que empezaran las clases. La facultad está desierta. Siempre se lo agradeceré, me destrozó el corazón sin testigos, hubiera sido una escena patética. Como no acepto que me devuelva el anillo, lo tira al suelo sin asco y se va orgullosa. Siempre orgullosa y tan equivocada. Porque yo la amaba.
Ahora entro al baño, luego de patear la puerta atorada. Quería entrar al de mujeres por encontrarse más limpio, pero estaba cerrado. Ni modo.
Todo el piso es un gran charco de agua. Los caños gotean y los dos urinarios están malogrados. Ocupo la última taza de la fila. Lo saco, tengo buena puntería.
Un dibujo en la pared me provoca risa, luego me da rabia, pena: yo lo hice. Un corazón flechado, con alas y en el centro: “Gabriela y Lucho”. ¡Maldita sea! Mañana deberíamos de haber cumplido el año. Caen las últimas gotas... también las de mis lágrimas. Me subo el cierre y me lavo las manos.
Casi al salir del baño, alguien abre la puerta de un tirón al entrar. ¿Qué diablos hace aquí, no se habrá equivocado? Me asusto demasiado, resbalo con el agua del piso, y caigo de espaldas de una manera ridícula.
No dice nada, me mira de pie y se vislumbra una sonrisa. Levemente se agacha y me acaricia el rostro.
Se hace un silencio profundo, sólo interrumpido, salpicado por gotas de agua.
Entonces recuerdo parte de una canción, una que a Gabriela siempre le gustó y que decía: “cuando un silencio aparecía entre dos era que pasaba un ángel que les robaba la voz”.
Sus grandes ojos pardos me miran de una manera entre tierna y pícara; sus cabellos, que le llegan hasta los hombros, bailan con la ligera brisa que entra por la ventana del baño, mientras un pequeño arete de topacio se balancea en su oreja.
Su boca sonrosada se acerca. Estoy algo confundido, sólo cierro los ojos. Cálido, tierno, tímido, ocurre.
Nos ponemos de pie. Con la voz nerviosa y aún suave me pide disculpas. Y luego con una fuerza extraña, que nunca conocí se aferra a mí, casi arañando mis espaldas.
Esta vez los dos caemos al suelo empapado y nos quedamos así. No sé si es su intención pero su pie cierra la puerta por completo. Empieza el ataque. Mi cuello, mi pecho, temblores, sonidos, nuestros cuerpos cantan con los sudores, sucede.
Yo aún seguía confundido, y su cuerpo supongo que aún ansioso.
Me habla de cómo sus amigas le habían contado de mí desde el principio. De cómo me vio ingresar al baño solo. Yo no detuve sus caricias, ni las palabras que me decía. Tal vez sólo me estaba convenciendo. Tal vez sólo quería disfrutar.
Mis ojos divagan, no sé si por el placer o la confusión. Recordaba todo un año al lado de Gabriela, sus palabras en el parque o en mi casa, cuando me decía: “¿y se supone que esté es el lugar más romántico del mundo?”. En aquel baño, volvía a ocurrir el mismo error ciertamente. “¡Dios, qué estoy haciendo!”
Fueron minutos eternos. Un último beso apagó su voz y con ella la pasión.
Se pone la camisa, me da una última mirada, ¿está enojado, insatisfecho?, abre un poco la puerta y al salir se pone tan serio como entró.
Yo aún en el suelo, veo unos pies que estaban esperando afuera.
- Vaya que te demoraste - dice la voz de una chica.
- Disculpa chiquita, el baño estaba malogrado, volvamos - le responde él.
Se escucha un beso en los labios muy sonoro, y luego sus pasos que se pierden.
El viento cierra la puerta de golpe y leo en ella un graffiti que dice: “Mi vida era feliz hasta que te conocí, eres una loca Frank”. Empiezo a reír. Caen las gotas... del caño, también las de mis ojos. Aún en el suelo, mi mirada vuelve a divagar. “Hasta que te conocí yo Gabriela, hasta que te conocí...” Veo el piso mojado, los caños goteando, y a través de la ventana, un cielo de media tarde. Un cielo... donde los ángeles silenciosos del amor, son también asexuados.
Fin

((También debí dedicarlo a mi pata Percy, por contarme su “encantadora” experiencia. Si no se nota la ficción es su culpa)).