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EL REO

Mis ojos incursionan entre los intersticios de la sólida mampostería que atrapa a mi cuerpo. A un observador atento podría parecerle que mis sentidos buscan una salida para el fantasma que fluye de mis huesos rumbo al éter que se insinúa mas allá de los barrotes. Afuera el aposento se difumina entre los colores que componen el cielo de Xaquixahuana, las nubes dispersan su orden urgidos por el viento dictador. Una baraja de formas obsesiona a mis ojos fugitivos de esta celda inexpugnable. ¡ Las posibilidades se entreveran con mi ser!. Ahora veo el pasado desglosándose en múltiples imágenes hacia mi memoria actual.
Recuerdo que he burlado en demasía el acoso de la muerte, después de tantas combates llegue a pensar que su guadaña jamas mellaría el lustre de mi armadura. Así desafíe a la horrible parca en los campos de batalla de Italia y del Perú. Pero ella me evadía espantada por mi coraje. Desde entonces, confieso, se apodero de mí el placer de la victoria. ¡ Cuantos enemigos del Muy Magnifico Gonzalo Pizarro han sido ejecutados por orden mía!. Todavía puedo escuchar el crujido de las vértebras precipitándose al vacío, mientras sus cuerpos se convulsionan colgados del patíbulo recién erigido como los macabros frutos del árbol de la muerte.
Durante estos instantes no creí en la piedad, ni precise de ella, pues mi voz tenia el poder de ejercer la justicia sumaria propia de los azares de esta guerra de tragedia. Sé que no existe la tregua para aquellos que han traicionado la confianza de su adalid, pues yo soy el predador que aniquila a esas fieras, de mis manos brota la sal que mancillara sus cabezas con el oprobio de las derrota. Sus lenguas suplican piedad para sus vidas miserables. Pero mi entendimiento nunca escuchara su predica. Jamas torceré mi decisión de exterminar a todos los traidores que pueda. Por el contrario celebrare su muerte con ágapes suntuosos en los que olvidare que alguna vez existieran seres tan viles, pues yo jamas seré un felon como vosotros, hombres débiles, que tienden a salvar su cuerpo en desmedro de su alma inmortal. Si he perseverado en defender la causa de Gonzalo, mi señor, contra los esbirros del clérigo es porque je percibido en mi una profunda convicción de lealtad, que me exonera del triste miedo que sienten aquellos que solo guarecen sus intereses terrenales. Apenas cierro los ojos los episodios se fragmentan sobre mi cráneo octogenario, una sombra me atraviesa y de su interior brota una escena indeleble, conservada sobre los demás porque fue él epilogo de una felonia infame. Veo él desbande de Cepeda, la masiva deserción de un rebaño asaltado por la ominosa carencia de principios. Detrás de aquella felonía seguramente se oculta la cáustica sonrisa de don Pedro de La Gasca. El hombre cuya astucia medito mi caída, mientras rezaba para espantar el demonio de la subversión que, a su juicio, me poseía.
Aquel día apenas se vertió sangre castellana como se infería por la enorme cantidad de morriones erguidos, cuya vistosa plumería se divisaba cual un bosque multicolor sembrado sobre la pampa gris..
Contarlos seria como enumerar las arenas de una clepsidra diabólica. Desafiar, en suma, al tiempo en una contienda inútil, sin embargo ahora que la pena capital esta próxima a cumplirse en mi cuerpo, me siento súbitamente agotado. Mi voz rebota en la piedra. No hay un celador, español ni indio, que se detenga a escuchar mi especulación. El rumor de mis palabras se arrastra resignadamente por el pasillo que conduce al patíbulo erigido, cual un macabro anfiteatro, sobre el antiguo campo de batalla. ¿ A quien puedo convencer si todos llevan las mascaras que hoy necesitan?. Después de tantos años resulta doloroso despojarse del molde que define las acciones previas. Detrás de todo brota una herida que el aire palpa con sus dedos engarfiados, y el manantial del espíritu se insinúa en medio de un dolor macabro. Solo esa minúscula ventana, recién labrada, le otorga autenticidad al barro humano ya convertido en estiércol. Nadie podrá, en este instante, obtener una encomienda con una sonrisa retorcida que promete lealtad ambigua .a la deidad sin nombre.
Muchos baldones se abaten sobre la conciencia de los jueces que me condenan, Recuerdo particularmente la abyección de Diego de Centeno, el hombre que me apreso, y a quien jamas pude ver con el rostro de frente.
La puerta se abre, por fin, y deja paso a un rayo de luz abrileña. Sus luces señalan el trayecto hacia el suplicio con un trazo apenas discernible. Entonces levante la mirada, y me tropiezo con el accidentado relieve del suelo que se eleva un tanto como el insinuado lomo de un dragón. Ojalá el dragón despertara y me echara en su vientre arrancándome de la muerte indigna a la que me han destinado los jueces del clérigo. Esos malditos tan solo desean escarmentar con mi ajusticiamiento el deseo levantisco de la plebe española que asiste al espectáculo.
Salgo..La escalinata me conduce peldaño a peldaño hacia la plataforma donde se erige el tocón donde quedara mi cabeza. Luego mis miembros serán desperdigados por la cruel hacha del verdugo enmascarado para ser expuestos en las cunetas de los cuatro caminos que salen del Cuzco. Sin embargo ahora sé que mi discurso debe concluir, ya estoy inclinando la cerviz ante Juan Enríquez, el verdugo. En este momento siento el agudo golpe del hacha abriendo mi carne. Y el viento empieza a recoger el ultimo resuello de la garganta del hombre que fue llamado Francisco de Carbajal.

RUBEN MESIAS CORNEJO

Texto agregado el 31-12-2003, y leído por 209 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
31-12-2003 TE felicito por este grandioso relato, la forma en k es narrado pudo sumergirme de lleno en todo akellos k kreo intentas transmitir. flucito
 
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