De un padre al hijo
Separas la piel, intentas mezclarte entre la tierra y la nada como un pequeño ladronzuelo de recuerdos, te espío desde la soledad atrapada con los juncos latiendo en tu memoria desde el ayer rodeado de otras vidas. Y ríes dentro de tu cuna de madera presagiando mi deseo, inmortalizando los colores de la aurora para detener el paso de mis manos. Sé que me nombras rasgando el infinito, que te asomas al hueco de las luces para precipitarte con mi sangre, yo también lo hago hijo, apasionadamente busco entre las hojas y las hierbas un instante paralelo a tu silueta como un viento sin razones que recorre el universo. No llores mi amor, el tiempo ha signado nuestros cuerpos en un suspiro que escala hasta los cielos, sólo un momento mientras rozas con tus manos lo tangencial al mundo buscándote refugio, soñando aquel encuentro postergado. Estoy aquí bajo los pinos, enclaustrado en el verde que flota con el aire, acariciando tu semblante de marfil que gime entre la brisa, amando tu silueta tallada en este tronco que me nutre; soy yo hijo el que cada noche se deshiela con la luna para acariciarte, la savia que entretejen las raíces dentro de tu cama, el silencio de las tardes zumbando los oídos, me tienes a tu lado en el abrazo prolongado de las enredaderas, en aquel sendero desolado que recorre nuestra intimidad. Ahora duerme mi niño, desgaja tu mirada de pan y chocolate dentro de mis ojos para mecernos mutuamente, para perdernos en este laberinto que la tierra ha engendrado sobre ambos, con el rocío del amanecer volveremos a besarnos.
Ana Cecilia.
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