Había una vez un coleccionista de piedras. Llevaba años coleccionándolas, por lo que había reunido un pasmoso conjunto de conocimientos sobre las piedras. Cuando se debía construir el empedrado de algún camino, o reparar una torre, se le consultaba por cual era la piedra adecuada para ello. Los ricos de la ciudad acostumbraban a invitarlo a sus palacios, con el fin de que alabara la calidad de los mármoles y piedras con las que decoraban sus salones y habitaciones. Cuando se quería ridiculizar a algún nuevo rico recién llegado, invitaban al coleccionista para que pusiera en evidencia la poca clase, el poco gusto que el dueño de casa había tenido al combinar inadecuadamente las piedras en la ornamentación.
Cierto día, el coleccionista de piedras caminaba por una de las avenidas centrales del pueblo, cuando observó a un hombre, pobremente vestido, que arrancaba algunas de las piedras que componían la calzada. Indignado, lo golpeó con su bastón y le dijo: - "¡Deténte! ¿Por qué haces esto? Estas finas piedras han sido especialmente trabajadas y escogidas, según mis instrucciones, para formar parte de éste camino. ¿Con qué derecho las quitas?"
Golpeaba al hombre con furia, de modo que la gente se fue agolpando en torno a la escena. Cuando cesó de golpearle, el hombre pudo ponerse de pié y le respondió: -"Señor, la casa donde vivo necesitaba cubrir agujeros por donde se cuela el viento y enfría a mis hijos. Sé que quizá las piedras que me llevo no son las más adecuadas para eso, pero sin duda no dejarán pasar el frío".
El coleccionista de piedras se indignó aún más y volvió a golpearlo con saña, mientras decía: -"Éstas piedras, losas en realidad, han sido cuidadosa y pacientemente pulidas en una de sus caras, y conservadas con la rugosidad suficiente en la otra para favorecer su adherencia a la tierra. No tienes derecho a desperdiciar tal trabajo en reparar tu casa, que con seguridad necesitará otro tipo de piedras".
Tocó la casualidad que el mismo Rey pasaba por el lugar, y se detuvo a contemplar la golpiza que el coleccionista de piedras le estaba dando al hombre humilde. Una vez que indagó la razón de la misma, detuvo el espectáculo y ordenó: -"Coleccionista, deja a ese pobre hombre. Te entregaré dos bolsas de oro para que le construyas una buena casa nueva, con las piedras que estimes convenientes para asegurar su calidad y durabilidad".
El coleccionista empalideció súbitamente. Bajó la mirada y respondió: - "Su majestad, yo sé mucho de piedras, pero nunca he logrado construir una casa".
Las risotadas de la gente alrrededor lo hudieron en profunda humillación, y seguido por la mirada condescendiente del Rey, el coleccionista de piedras corrió a su casa, llorando. |