Las cosas que me pasan son tan especiales que siempre tengo un tema para escribir como fue esta mañana en que despertaba para dirigirme rumbo hacia mi centro de labores pero justo cuando iba a salir me encontré con una de las personas que mas quiero. Me pidió si podía llevarla al hospital porque tenía que hacer su rehabilitación y, además, llevarla a que le saquen sangre para sus exámenes de Protombina, que es para averiguar cómo esta de espesor su sangre, es decir, que es una persona que tiene la sangre entre singulares márgenes de densidad. Le dije que sí, y, durante todo el trayecto me habló de sus hijas, nietas, maridos, empleadas, ciudad, presidente... de otras cosas mas que no llego a recordar. La dejé en el hospital pero al verla caminar con aquel cuerpo cada mas mas encongido me hizo sentir como que era un tipo sin corazón. Te acompaño, le dije. Sonrió tenuamente y dijo que estaba bien. Le cogí el bracito y la llevé al lugar de los análisis. Luego, la esperé. Pasaron cerca de dos hora, yo estaba preocupado por mi trabajo, aunque no era algo muy importante si faltara y llegara unas horas mas tarde. Eso hice y cuando la vi salir con su bracito doblado, sentí que había hecho bien. Te invito un café, me dijo. Le agradecí y mientras tomábamos nuestros cafés me hablaba de lo lentos que son los empleados del hospital, y, además, cobraban demasiado... Tiene razón, le dije, y, cuando ya estaba por despedirme, me dijo si podía llevarla a otro hospita, pero, si tenía cosas importantes que hacer, muy bien ella podría tomar un auto alquilado e irse por sus cuenta. Le dije que no, que de ninguna manera permitiría que eso sucediera. La acompaño, agregé. Durante todo el día la pasé con la señora, tuve que llamar al trabajo para excusarme por la falta. Me comprendieron y, continué con mi servicio desinteresado. Luego de los analisis, me inivitó a comer. Y antes de irse me dijo si podía llevarla a comprarle un par de pantalones al mayor de sus hijos. Miré el reloj, y le dije que no habñia problema, que estaba todo el día con permiso, que estaba a su disposición. Gracias, me dijo. Se paró del lugar y me dijo que ya era hora de irnos al centro comercial... Era una mujer hermosa, a pesar de sus setenta años. Vestía como una princesa y acostumbraba usar un bello sombrero de paja en los tiempos de verano y primavera. Estábamos en primavera y ese sombrero la hacía verse como un ser lleno de delicadeza y ese tono que muy pocas personas gozan que es la clase...

Todo el día estuve con la señora y cuando ya estabamos por despedirnos me ofreció un billete de cien dolares, pero no se lo acepté. Todo lo había hecho manejado por el corazón y, en verdad, estaba muy feliz... Llegué a mi centro de labores cuando ya estaban por cerrar. Les conté mi historia y todos creyeron que desvariaba. Callé y pedí permiso para irme. Ya en la ruta hacia mi casa tuve un visión en donde cientos o miles de mujeres mayores me pedían un favor, solo uno, y ese favor tenía que ver con el dinero. Fue allí en que deseé ser millorario. No pasó un solo día hasta llegar a mi meta. Y ahora que estoy en la cúpide, me siento mal, quisiera retornar, ser diferente, pero no puedo, sobre todo cuando me miro al espejo y veo esa cara desteñida que suele sonreír por la mitad porque si mostrara todo, el mundo se fijaría en mi y empezaría a ser como la señora de mas de setenta años, que, a cada momento, suele sonreír sin piedad ante los rostros baratos de la gente de la ciudad... Me di media vuelta y antes de salir a la calle, entendí, al fin había entendido que todo era una cuestión de amor, de entrega, de conianza así como la vieja y hermosa señora que diariamente viene a mi centro de labores pero no hace nada con la susodicha. Misógino debiera ser, escucho cuando hablan los muchachos por allí... Puede que sea cierto, pero cuando veo a una mujer de sangre embreada, suelo cantarle canciones en silencio, es decir, canto para mi, como un tarareo.


San isidro, mayo 2006