No, no fuimos muy amigos que digamos, más bien, existía mucha hostilidad entre ambos. En mi adolescencia no supe de tus consejos y ahora pienso que fue porque no tenías las palabras apropiadas para llegar a mí, no hay que olvidar que no fuiste un hombre muy instruido y que a lo mejor pensabas que esa tarea bien podría asumirla otra persona con mejores argumentos. Por lo tanto, me faltaron esas palabras tuyas y también una que otra palmadita cariñosa que, por lo menos, las hubiera suplido. No, no hubo complicidad entre nosotros sino la relación de un padre distante con un hijo tímido y reconcentrado. No, no recuerdo que me hayas levantado la mano, pero esa lejanía tuya a la cual me fui acostumbrando hasta transformarme en un huérfano con padre vivo, muy pronto no me desacomodó, preferí ignorarte y aunque compartíamos la misma mesa, nunca te molestó que no te dirigiera la palabra, por lo mismo, jamás supe que pensabas de mí.
Cuando crecí, la brecha se agrandó, éramos dos desconocidos que ostentábamos el mismo apellido, vivíamos en la misma casa pero sabíamos muy poco el uno del otro.
A menudo ví refulgir una mirada extraña en tus ojos, pero no me atreví a preguntar. A ti tampoco parecieron importarte mis silencios, rumiábamos los alimentos como lo hace el ganado, sin dialogar, sin que una mezquina palabra rompiera el silencio.
Sin embargo, estuviste, siempre estuviste, me acompañaste en mi matrimonio, estuviste cuando nacieron mis hijos, me tendiste la mano muchas veces con ese tono despreocupado que utilizabas, acaso para evitar alguna escena emotiva. Y aunque nos empeñamos en hacernos creer que nos importábamos muy poco, un tácito cariño ondulaba impreciso sobre nuestros corazones.
No, no fuiste el padre tierno que desee tener, no supimos de momentos lúdicos y nuestras conversaciones fueron siempre muy formales, poco cálidas, no sabías demostrar el cariño y yo tampoco hice mucho por ayudarte a que aflorase.
Finalmente, te fuiste alejando silenciosamente, te transformaste en un extraño para todos, la mente se liberó de tu cuerpo mucho antes que éste decidiera partir definitivamente. Y cuando estimaste que ya no había nada más que hacer en este mundo, atisbé tus pupilas tratando de encontrar póstumamente a ese padre que necesité con tanta urgencia. Tampoco te encontré en ese momento crucial y ahora no me queda más que esperar que -estés en donde estés- escuches estas palabras con las que trato de decirte que yo tampoco fui el hijo que acaso esperabas que fuera. Y si existe reparación para esto en otra dimensión o en un esotérico futuro, esperaré lo que sea necesario para que ambos nos reconciliemos por fin y seamos el padre e hijo en la medida exacta en que alguna vez nos necesitamos…
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