Había hecho a un lado el gusto de lo sencillo; de todo aquello que se consigue con unas cuantas palabras mostradas a la persona correcta. Una buena plática con el humano que más se quiere puede ser el antídoto para muchos padecimientos internos. En ese momento, un suspiro es idóneo, un parpadeo es pertinente y cualquier cosa que haga introducirme en esas palabras ajenas, puestas ahí solo para mi, es la excusa perfecta para sentir propiedad sobre la plenitud.

Pareciera que la mitad de mi ser está hablando de cosas desconocidas, afuera de mí. Cabe la posibilidad de que los sentimientos que me hacen falta poseer buscaron albergue en la parte que se separó de mí para conocerlos, para experimentarlos.

Ahora, quizás inexperto, pero conocedor de aquello que escogí no vivir, viene esa otra mitad buscando una tregua a la separación inconsciente, y me los muestra. Nadie dijo qué forma traería mi lado perdido; incluso, nadie puede determinar sus nuevos pensamientos, convicciones y pasiones. Lo que sí estaba escrito es que al regresar a mí y decirme todo, proveeríamos de alimento a un amor que siempre existió en la distancia. En ese punto, ya no constituimos dos partes separadas mostrando lo que cada uno hizo mientras soportaban la división. En es mismísimo punto, no podía pasar más la fusión definitiva y eterna que vuelve a los seres, por fin, completos.