N del A. La siguiente es una ponencia presentada con motivo del Seminario de Crítica Contemporánea desarrollado en la FAU.UM. Su estilo epistolar es un simple recurso literario para exponer un par de observaciones sobre la obra de Gaudí, en el 2002.
Estimado Antonio Gaudí:
Como sabrá, el 2002 ha sido declarado año en su memoria y para conmemorarlo aquí en la facultad, me invitaron a hablar unas palabras respecto de su obra.
Tratando de ser respetuoso con lo que su figura significa para la arquitectura moderna y sobre todo por lo que significa para mí, busqué entre tantos escritos sobre su trabajo, las páginas de los críticos que me parecieron más interesantes.
Leyendo a Kenneth Frampton, cuando habla de usted, encontré un capítulo donde asegura que su arquitectura brota de dos ansias manifiestas y opuestas como son: “el deseo de resucitar una arquitectura indígena y la compulsión de crear formas de expresión totalmente nuevas”.
Esto de indígena creo que puedo aclararlo, pero le pido tenga paciencia, ya llegaré con mi opinión.
Estas consideraciones académicas de la crítica moderna, frías y descarnadas, me aproximan a un Gaudí de papel y fotografías, interpretado por un británico que no entiende catalán, traducido más tarde del inglés al castellano, que a su vez debe ser comentado por un latinoamericano en los albores del siglo XXI, para colmo de males desconocedor en vivo de su obra….
No obstante tantas distancias físicas y temporales y con el ánimo de entender adónde quería llegar el crítico, busqué imágenes de los trabajos de usted e intenté hacer el ejercicio incompleto de observar los edificios, despojarme de lo académico y preguntarme: ¿Qué hay de cierto en esto que dicen del catalán? ¿Que hay “detrás” de las formas de Gaudí?.
Recorrí así muros, tejados, ventanas y solados; acostumbré mi vista a los interiores penumbrosos donde alguna escalera trepa hacia la altura, recopilé relatos de los afortunados visitantes de Barcelona y fui haciéndome una idea incompleta de “eso” a lo que el inglés quería llegar.
Después de mucho andar pude comenzar a esbozar borradores de respuestas: “detrás” de sus formas hay un universo de cuencas oculares, articulaciones óseas, máscaras alienígenas, caparazones escamosos y dragones enrejados. He encontrado también espinazos ondulantes, antifaces forjados, torreones cruciformes, herrería mudéjar, mobiliarios alucinantes, interiores uterinos, escaleras reptiloides, espadas sagradas y barandales enredados de algas marinas.
A estos hallazgos he agregado los perfumes de las maderas, los olores profundos de la humedad, los ecos en los salones de estar y los paseos al sol por azoteas urbanizadas.
Comprendo entonces que la compulsión busca saciarse en manojos de vegetación exótica, relatos de navegantes, leyendas medievales y zoologías dignas de Brueghel. Un universo con leyes propias que se dispersa en mundos autónomos e irrepetibles, generados a partir de un orden único y original que busca inspiración en la naturaleza circundante, en la geografía mediterránea o en la historia de España.
Un universo extraño, onírico y surrealista que produce una arquitectura “otra” que no sigue los lineamientos de la tendencia, que se escapa de las reglas y cánones normales, para explicarse a sí misma como un producto único e irrepetible y no otra arquitectura más en el catálogo de las novedades.
Una arquitectura idéntica a nada, sino a sí misma, fuera de este mundo y de este tiempo, contrapuesta a la geometría euclideana, forzada a la proeza estructural, desafiante de la gravedad y la física convencional y sin embargo concreta como el orden dórico.
Formas y más formas en un delirio de significados y significantes que contribuyen a la desesperación de los semióticos, luchando por desentrañar los por qué de tejados como dragones, ventanales como membranas o muebles como insectos.
-----------------------------------------------
En este punto, comienza a quedarme clara la idea de la compulsión por las formas nuevas. Pero para la otra observación, donde el crítico plantea su búsqueda de resurrección de las formas indígenas, mi viaje imaginario a su obra me presenta aún más sorpresas. Una de las formas indígenas a las que alude Frampton, y en esto creo se está refiriendo a la arquitectura propia o vernácula de cada lugar, es lo que él llama el gótico bajo el sol.
Esta idea, también surgida de la agudeza de crítico aunque poco sepa del sol siendo inglés, hace evidente la inspiración medieval en sus edificios, además de detectar la presencia islámica, de la que usted y España saben mucho.
Entonces paso revista a las agujas que se erizan en cielos azules y soleados, donde los remates no son gárgolas y monstruos nocturnos sino frutos y capullos multicolores que florecen al sol entre reflejos voluptuosos.
Es un gótico “otro” que también, compulsivamente, se desarrolla en forma independiente de las leyes de la arquitectura y su propia tradición, desafiando a las catedrales del norte sumidas eternamente en cielos grises y lluviosos.
Es un gótico revivido y continuado, como bien dice usted, rescatado del oprobio inflingido por el Renacimiento, con renovada carga mística y traído nuevamente a escena para beneficio de la arquitectura universal.
Es también un mudéjar “otro“, definitivamente iberizado, donde no caben lunas del Ramadán y que confina las medinas orientales en sus arenas, bien lejos de la península católica.
Llegado hasta aquí mi viaje, se aclara en mi mente el concepto de “arquitectura otra”, como aquella que existe fuera de los cánones tradicionales y de los catálogos e interpretaciones de la crítica. Una arquitectura genial y provocativa que se aleja vertiginosamente del S. XIX y preanuncia el Movimiento Moderno por llegar, en pocos años más, cuando los ’30 transformen Europa en un infierno de arte y de guerra.
Lo veo entonces, Sr. Gaudí, como un mago de las formas, que vive permanentemente en la obra, en un pequeño cuarto provisto de una cama y una mesa para proyectar y comprendo la obsesión puesta en el trabajo para llegar tan lejos.
Entiendo la imposibilidad de sostener juntas realidad cotidiana y fantasía arquitectónica, y buscar en lo mas profundo del espíritu lo que no existe en las calles, tan peligrosamente pobladas de tranvías para terminar encontrando la oscuridad.
Entiendo también la necesidad de continuar lo empezado aún después de la muerte, habiendo previsto hasta en los últimos detalles, las esculturas de cada rincón del edificio y las más esbeltas agujas florecientes a la luz, en un cielo vedado a las nubes.
Entiendo imaginar subir a las alturas de la Sagrada Familia y mirar Barcelona, el Ensanche y el puerto; el Montjuic, el Mediterráneo y quizá la lejana Africa. Imagino el vértigo de poder seguir subiendo como dicen los que creen y seguir imaginando formas y frutas y máscaras y dragones, para en otra vida, retomar la tarea interrumpida y no descansar hasta volver a morir.
Disculpe si el inglés que le comenté me dio argumento para esta carta que le mando, sabrá de mi debilidad por sus escritos; quizá usted hubiera preferido que yo lo notara conociendo sus obras, pero entenderá que Latinoamérica queda muy lejos del mundo y hoy, más lejos que nunca.
Tengo que dejarlo, Antonio, el tiempo es corto en estos casos. Espero que mis observaciones mejoren cuando viaje, tómelo como una deuda que deberé saldar. Pero esté tranquilo al respecto, la arquitectura tiene una hermosa virtud, es una dama que sabe esperar, pacientemente.
Un abrazo, Alberto Lucchesi.
Mendoza, junio del 2002.
|