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A la atención del consultorio sexual y sentimental de la Señorita Pepis,

Querida Señorita Pepis:
Le escribo esta misiva buscando su consejo. Y es que mi caso es muy particular. No me atrevo a hablarlo con los amigos ni con la familia, seguro que me tomarán por loco, pero necesito desahogarme con alguien.

En fin, al grano... Disculpe mis titubeos, pero es que.. bueno, realicé hace poco un descubrimiento sobre mi sexualidad que me dejó totalmente anonadado: alcanzo el orgasmo cuando estornudo. Sí, ya sé, suena ridículo, pero es absolutamente cierto. Veré, me explicaré mejor.

Hasta entonces, mi vida sexual había sido normal. No puedo presumir de ser un atleta sexual, pero tampoco he tenido nunca problemas de erección, así que, dentro de lo que cabe, podía considerarme satisfecho. Pero un día, hallándome yo en el andén esperando a mi tren, algo se metió en mi nariz. Al principio sólo noté un hormigueo normal, hormigueo que iba creciendo en intensidad poco a poco. Como hombre educado que soy, viendo que me venía encima un estornudo, saqué un pañuelo y me tapé las fosas nasales, al mismo tiempo que me giraba para evitar que nadie fuera salpicado. Todo muy normal, salvo por una cosa: mi pene estaba erectándose por momentos. En aquel instante no hice mucho caso (me expliqué mi erección porque desde mi posición podía contemplar con total libertad el impresionante trasero de una rubia que tenía a mi lado; no soy hombre dado a estas efusividades de mi entrepierna, pero en contadas ocasiones me ha sorprendido otras veces con una alegría inesperada, para qué vamos a engañarnos), pero lo que realmente me sorprendió fue tras el inevitable estornudo: me corrí. Y me corrí como hacía años que no lo hacía, con una abundancia espermática que me dejó totalmente pringada la ropa interior. Rápidamente me alejé del andén simulando sonarme, y eso me salvó del más espantoso de los ridículos.

En cuanto llegué a casa, me cambié de ropa mientras concluía que necesitaba desahogarme sexualmente cuanto antes, que esa... explosión no tenía otra explicación que un excesivo tiempo sin practicar el sexo. A falta de pareja estable y debido a que estábamos a lunes por la mañana, opté por la vía rápida y llamé a una prostituta de esas que se anuncian en el periódico. Nunca había usado de sus servicios, pero pensé que las circunstancias lo requerían.

La prostituta llegó y yo la hice pasar rápidamente al dormitorio. Tras haber apalabrado el coste de la operación, me quité los pantalones y la conminé a que comenzara por una felación. Ella se lamentó un poco de que ni tan siquiera le ofreciera una copa, pero supongo que la posibilidad de acabar cuanto antes la animó. He de confesar que, si bien la chica no era digamos excesivamente bella, sí que era experta. Pero nada. Mi miembro sólo lograba enrojecerse, como si de pronto le hubiera dado un ataque de timidez ante los envites bucales de mi invitada. Me disculpé un tanto azorado mientras me levantaba e iba a la cocina. Una vez allí, se me ocurrió un experimento: cogí un frasco de pimienta y me introduje una cantidad nimia en la nariz. Aspirarla me hizo otro hombre. A pesar de que era muy poco, mi miembro comenzó a alzarse alborozado. Sonreí satisfecho y volví al dormitorio escondiendo la pimienta a mi espalda.

La chica fumaba aburrida cuando, al verme, sonrió. Hizo algún comentario procaz sobre el estado de ánimo de mi pene y se colocó de rodillas en el suelo mientras yo se me sentaba en el borde de la cama. Continuó con su prodigiosa felación mientras yo, disimuladamente, haciendo como que le daba un beso, derramaba una buena cantidad de pimienta en su pelo. La dejé hacer unos instantes y, viendo que no avanzaba, volví a darle otro beso mientras aspiraba. En ese momento mi pene fue agrandándose y endureciéndose mientras el hormigueo cosquilleaba violento en la nariz. El estornudo llegó, de forma salvaje y brusca. Y, además, harto embarazosa. Porque, debido al movimiento del cuerpo que se produce tras el estornudo, le propiné a la chica un tremendo cabezazo al tiempo que me corría en su boca con una cantidad tal de esperma que le provocó un espantoso ataque de tos que por poco no se me ahoga allí mismo.

Lo solucioné lo mejor que pude compensándole con una buena propina. Pero, tras su marcha, comenzó mi drama: acababa de comprobar que no sólo alcanzaba el orgasmo estornudando, sino que no podía llegar a él de otro modo. Así que ya me ve usted armado con un frasco de pimienta en el bolsillo, para estar preparado en cualquier situación. Hasta tal punto se incrementó mi dependencia de la pimienta que poco después la necesitaba para provocarme una erección. Quizá le parezca divertido, ya sé, suena cómico, soy consciente de ello, pero entiéndame, para mí es agotador, deprimente… como en aquella ocasión…

Acaba de conseguir una cita romántica con Lourdes, una chica monísima deseada por buena parte de los hombres de mi oficina. La chica se me presentó en el restaurante con un vestido ajustadísimo capaz de hacer aullar de deseo a un boy-scout. Y, para mayor gloria –o eso pensaba entonces- Lourdes se mostró muy insinuante nada más comenzamos a comer la ensalada. ¡Dios! Tenía enfrente a una chica diez que estaba cachondísima… ¡Era el polvo de mi vida! Comencé a ponerme nervioso, no podía fallar, así que inundé mi ensalada de pimienta. Ella me miró extrañada –me temblaba el pulso y quizá le puse un poquito de pimienta de más, confieso- pero logré salir indemne con algún comentario tonto sobre lo picante, ya sabe, acompañado de un guiño y… Bueno, que a ella le hizo gracia y la cena se fue animando por momentos con ayuda de aquel vinito tinto.
Para cuando llegamos al segundo plato mi pulso estaba aceleradísimo. Empezábamos a estar achispados por el vino y nuestra conversación era cada vez más y más caliente. De hecho, ella se quitó un zapato y comenzó a jugar con su pie desnudo y… mi entrepierna… ¡Buff! Perdí ligeramente la compostura, y ardiendo en deseos de conseguir la erección más gloriosa de mi vida, derramé medio frasco de pimienta sobre el filete. Fue tal la cantidad que, a pesar de las copas bebidas, Lourdes no pudo evitar mirarme como un torpe primero para pasar a mirarme extrañada después, cuando vio que me comía el filete totalmente enterrado en pimienta. Quise repetir el chiste anterior, para no perder la tensión sexual, pero con la boca llena de carne y derramando pimienta sólo conseguí quedar como un palurdo imbécil, además de que se me introdujo algo de pimienta en la nariz y luchaba denodadamente para que no me viniera un estornudo.

Pero bueno, el vino aquel hizo milagros y pude conseguir que la chica se relajara y volviéramos a nuestro jugueteo. Pero… ¡ay los postres! Como tardaron bastante en traernos la carta de los postres, Lourdes acercó su silla a la mía y, lasciva cual perra en celo, pude notar más que nunca su aroma, el embriagador perfume de su piel, aquel escote de vértigo, aquellas piernas que prometían ser suaves y cálidas… Para más INRI, comenzó a decirme cosas al oído y, tan sólo de sentir su boca tan cerca de mi rostro, me puse cardíaco.

Justo cuando llegó mi flan, ella me soltó una cochinada al oído que sonrojaría al mismísimo diablo. Y, con la cantidad de copas que me había bebido, yo ya me perdí totalmente. Era tal mi deseo que la hubiera poseído allí mismo, sobre la mesa del restaurante, delante de todo el mundo, sin importarme que me miraran todos… Entiéndame, señorita Pepis, entienda que en esa situación perdiera la conciencia de dónde estaba y que sacara de mi bolsillo, sin darme cuenta, el frasco de pimienta y comenzara a agitarlo furiosamente sobre el flan. A decir verdad tengo un recuerdo de ese instante como borroso, como si estuviera en un sueño, en una especie de trance… trance del que me desperté con un chillido de ella: “¿Le pones pimienta a un flan de vainilla? ¿Tú estás loco o qué?”. Como ya dije antes, en ese momento desperté, me vi la mano temblorosa agitando la pimienta, vi el flan cubierto por ella, contemplé el rostro de Lourdes desencajado por el alcohol y mirándome alucinada y recuerdo abochornado que sólo pude dibujar una sonrisa bobalicona, abotargada por el deseo, el vino y la vergüenza.

Lourdes hizo el gesto de levantarse de la mesa para abandonar la cena y dejarme a mí, al cretino de la pimienta. Para evitar tamaño desastre, la así del brazo y quise acercarme a su rostro para cuchichearle alguna moneria y conseguir que nos fuéramos juntos. Pero en un gesto inconsciente de ella a la hora de agarrar su bolsito, me golpeó en el brazo logrando que me desequilibrara en mi incómoda posición de semi-levantado. No llegué a caerme al suelo pero sí sobre mi silla, acercando peligrosamente mi nariz sobre el flan recubierto de pimienta. Y si en la anterior ocasión pude evitar un estornudo, ahí ya no pude. Con la punta de mi nariz manchada de pimienta el cosquilleo previo brotó de forma violenta. A pesar de mis esfuerzos no pude evitarlo… Estornudé, y como nunca antes lo había hecho. Totalmente trempado, solté un estornudo tan furibundo que mi cuerpo se arqueó obligándome a espachurrar el flan con mi cara, junto al consabido orgasmo que, por cierto, fue glorioso. Totalmente espantada, Lourdes se fue corriendo del restaurante mientras yo, con mi entrepierna manchada y mi cara embadurnada de flan y pimienta, la seguía entre estornudos y orgasmos.

En fin, ya ve, Señorita Pepis… Mi vida sexual y sentimental es una ruina, necesito que alguien me ayude, me de consejo. ¿Qué puedo hacer? En sus manos quedo.

Atentamente,
Agustín Jesús Salud.



Texto agregado el 16-06-2006, y leído por 972 visitantes. (7 votos)


Lectores Opinan
20-05-2007 Salud, mucha salud... la que a mi me falta. Un dossier muy serio, un planteamiento muy de dossier sobre los síntomas de una extraña enfermedad. Yo, por ejemplo, tengo el cerebro carcomido por la recoma de la insensatez. Me atrajo bastante la lectura y el buen gusto y disfrute de sus personajes. Viva la primavera. tejera
28-03-2007 jajajaja...buenisimo y muy divertido....**** lisinka
16-03-2007 jajaja, la verdad es que tienes un sello muy particular. Y un cuento perfectamente narrado desde su nacimiento. Una ve al personaje y dice "Pringado no te quejes que has descubierto la forma de no caer en un gatillazo" Pero el personaje (muy sano e inocentón) se las ingenia para seguir siendo un patoso. En fin, un humor excelente y una historia perfecta. Enhorabuena. Ysobelt
25-01-2007 No pensaba ingresar hoy a la página. Desde afuera leí este cuento tuyo. Fueron tantas las lágrimas que me brotaron por no poder parar de reir, que ya temía yo que algún mal parecido al tuyo me sobreviniera sólo por acercarme a leerte. Andaré con más cuidado por aquí y me aprovisionaré de pañuelos antes de acercarme a tus letras. Tuve que entrar para comentarte que me resulta genial tu creatividad y el modo de expresarte. compromiso
16-12-2006 Este sí es un gran cuento. Me ha encantado por el formato adoptado, de la carta a la consultora sexual. Por el enfoque creativo distinto y creíble del estornudo relacionado con la erección y orgasmo, manejados excelentemente. El suspenso se lleva con una belleza que me anonadó, por la limpieza del uso de la lengua, los argentinismos comprensibles, y la fluidez. Y el fina... he aquí un gran final. Muy bien manejada esa idea de que la comida terminara en un estornudo inevitable, no provocado y las consecuencias de lugar. Te felicito y te doy mis estrellas. delfinnegro
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