Uno de mis primeros trabajos al llegar a USA fué en un centro de servicio al cliente, para una gran compañía telefónica, que mejor no mencionaré. (MCI).
En aquella epóca sabía menos que nada sobre computadoras; aparte de que servían para recibir emails con cadenitas sobre cuchucientas mil vírgenes virtuales que insisten en advertir que si no reenvías el mensaje a diez personas en los siguientes cinco minutos, te irás directo y sin escalas al mismo infierno.
Pero ése no era el cuento.
Recuerdo durante mi periodo de entrenamiento en esa compañía, a un par de hermanas dominicanas llorando a lágrima viva sobre la computadora al haber sido insultadas telefónicamente por un cubano por no haber sido capaces de resolverle los problemas financieros de su cuenta : “…chica pero que no me entiende tú? Te he dicho veinte vece que ya fuí a pagar por la agencia esa que está en la corner de la ‘sau-wesera’…” (south west).
También a una cubana que iba con bastante frecuencia a “culearse en el baño” según nos decía ella sin mayor verguenza, cuando en realidad en lugar de ir a ‘coolearse’ (osea:refrescarse del verbo anglo:cool off ) ella iba a sonarse los mocos escondida en el baño porque un argentino o derivado de éste le había dicho algo como: “ché sacáte la pepa de la boca … hablá casteshano ..vos no podés atender así al público…qué idioma hablás vos ché?”,
Y la que luego llegó a ser mi gran amiga, una argentina Graciela de Córdova, totalmente stressada con lo que ella llamaba el ‘balbuceo-ese-centroamericano-con-ritmo-amerengueado-que-me-la-paso-repitiéndoles-que-me-repitan-por favor-una-vez-más-ché!’…y que siempre terminaban mandándola a ese lugar paradisiaco y desconocido para todos los que veníamos de Sur América. Ese famoso lugar llamado “Chinga”; adonde todas y por turnos en la oficina terminábamos yendo de visita, en cuanto nos mandaban a ir con un : “Vete a la chingada!”(click).
Pero ese no era el cuento.
Con el tiempo, llegué a aprender a manejar bien las cuentas de los clientes en la computadora, al igual que la mayoría de los que se resistían a darse por vencidos ahí.
Una de las cosas que me resultó más útil, fué sin duda aprender a imitar acentos y modismos de nuestros clientes hispanos. Si el cliente era venezolano, cubano, chileno, mexicano o alrededores y balnearios, yo me convertía en su paisana ipso-factamente. Así nos entendíamos mejor y se rompía la monotonía del día, de paso.
Teníamos ya casi convencido al supervisor (que no hablaba ni hostia de español) que en Latinoamérica se hablaba un menjunje de lenguas derivadas del español, y él se maravillaba a diario con nuestros talentos políglotas.
Pero ése no era el cuento.
Un día le tocó a mi amiga Graciela responder la llamada de un cliente muy difícil de Texas: Mr. Ruether. Ya la venía haciendo padecer un buen rato, quejándose de que no le podía entender nada debido al fuerte acento hispano en su inglés, (a pesar que ella hablaba un casi-perfecto inglés ha decir verdad). Mr. Ruether insistía en negarse a pagar su deuda, mientras su llamada no fuése transferida con un supervisor americano de inmediato. Lo cual, a juzgar por las mejillas encendidas y encolerizadas de mi compañera, debía estar pidiéndoselo rudamente.
Ya para entonces yo había sido ascendida a supervisora, así que le dije que me transfiera la llamada para tratar de resolver el problema idiomático lo mejor posible.
-"Mr. Ruether, le habla la supervisora, en que le puedo ayudar?" -le pregunté cortésmente.
-“Bueno es que rehuso hablar con esta sarta de latinos a los que no se les entiende nada!” .
-"Mire, Mr. Reuther, permítame ayudarle a resolver su cuenta ya que veo que tiene una deuda muy atrazada de mil doscientos dólares con nuestra compañía...”
-“Ah! seguro que usted también es del mismo lugar que la Srta. anterior !…Páseme con su supervisor!... tampoco le entiendo nada a usted!”- demandó con rudeza, negándose a discutir conmigo la manera de solucionar el problema de su deuda, y agregó: "No entiendo acentos extranjeros hispanos en mi país..páseme con su supervisor! "
-“Se equivoca Mr. Reuther yo vengo de Bélgica, mi acento es de allí”.
-“Oh…ya veo, disculpe la confusión... claro...pensé...es decir...ahora sí nos podemos entender mejor”- me dijo en un tono conciliador.
Inmediatamente cambió la actitud de Mr. Reuther, que comenzó a relatarme sobre su viaje a europa, y lo maravillado que había regresado con aquella cultura . De pronto entendía a la perfección mi acento “belga”, y transó en hacer arreglos para pagar su deuda a la brevedad posible.
Al despedirnos, muy cortésmente me preguntó de que parte de Bélgica era yo?
Haciendo gala de mi mejor acento hispano le contesté:
-“…como a la altura de la cuadra tres de la Av. Bélgica que hace esquina con la calle Sucre…para servirlo Mr. Ruether. Gracias por su llamada y que tenga buen día”
Click.
Pero el cuento tampoco era ése…
Belga me… Dios!
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