La manzana quedó tirada en el piso y luego, las hojas del otoño la cubrieron por completo. A los pocos días comenzó a empequeñecerse por efecto de la putrefacción y poco a poco fue poblándose de diferentes y microscópicas criaturitas que la hicieron su patria. Claro que quienes vivían cerca del tallo, se multiplicaron con más velocidad y se hicieron fuertes, se expandieron y ocuparon un vasto territorio. En esa zona era en donde más putrefacta estaba la fruta y era, por ello, la delicia de esas criaturas. A varios centímetros de distancia, otras colonias, más pequeñas pero no por ello menos entusiastas, se abanderizaron con la región que le tocó en suerte, la amaron y la hicieron su patria. En poco tiempo, la manzana completa estaba habitada, pero cada colonia cuidaba celosamente su espacio, se crearon particulares modos de comunicación para cada una de las partes, se encastillaron de tal forma para evitar inminentes invasiones, crearon particulares ejércitos para defender sus fronteras y de sus primitivas gargantas surgieron sonidos propios para cada territorio que se parecían sospechosamente a lo que acostumbramos a reconocer como himnos nacionales.
La región más poderosa, se comenzó a expandir a través de las regiones aledañas y se produjeron terribles batallas con gran número de víctimas. Este proceso no duró mucho, pero cuando hubo terminado, la región vencedora fue aún más grande y poderosa y casi poseía más de la mitad del total de la manzana. Por lo tanto impuso sus términos, los sones de sus diminutas gargantas comenzaron a invadir la estética auditiva de las regiones vecinas, quienes, desconcertadas y casi sin darse cuenta, adoptaron como suyos esos sonidos.
Pero en el otro extremo de la manzana, no transaron con esto e impusieron sus términos, se fortificaron y planificaron estrategias para defender su esencia. Se declararon enemigos naturales del grupo más poderoso y registraron en sus rudimentarios genes una mezcla de valor, amor y entrega por el terreno que habitaban y que uno podría denominar como patriotismo, pero que en el fondo era una lucha por no querer ser invadidos y pisoteados por costumbres foráneas.
Y así estuvieron por largo tiempo hasta que una gigantesca mano, que equivalió a una enorme catástrofe, la sacó de aquella galaxia vegetal para viajar un corto periplo, en el cual, las criaturas, espantadas y unidas por el miedo, agoraron el fin de sus días.
Eva le extendió aquella manzana a Adán y este, sin saber que sería inoculado por la peor de las pestes que pudieran asolar a la especie humana, la mordisqueó con un prístino y lúdico gesto en sus labios…
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