Uno
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Quejidos de pasos de manchas de sorderas de olores fatuos de semejantes
que te absorben sin mesura.
Unos con otros con ojos con esparcimientos de
ventanas y todos.

Caídas;
inmovilidades de
Dioses.

Orillas.
Desmembramientos.
Enmascarados.

Yos tuyos.


Otro
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Huele a carne.

En la madera el cielo se refleja como un fantasma infantil.
Vámonos a la selva o al horizonte,
donde toda la madera es un espejo,
para dejar de mirarnos y sólo mirar el cielo.

O mirémonos los ojos para no perderlos.

Andan rondando por aquí los ladrones naturales
de los colores.
Ladrones del negro y del verde claro;
ladrones de las yemas de los dedos ampollados
y las líneas siniestras de éste charco sensible.
Andan rondando las puertas de nuestras habitaciones,
oyéndonos sufrir con vasos de papel en sus oídos.

Escapémonos donde la selva, te lo pido.

Y Otro
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Azótame y persígnate,
cadáver humanitario y caritativo con los cometas
y ésta mi condición inalterable, temática, floral.

Te masticará mi deseo en la tarde de Domingo
y familia, cuando los pájaros le roban el pelo a las gentes
y lo llevan por los lugares mientras las gentes juegan a ser palomas.

Puedes tú hacer de payaso, estatua, graznido
en la estancia posesiva, intransitable.

¡Ay!

No me pellizques justo en el mundo.
No apostemos nada por lo sexual
de nuestros retratos sonrientes.