La celda de la cárcel se hacía cada vez más estrecha.Iban llegando a ella, uno tras otro, hombre de todas las edades. Derrotados y tristes algunos, serenos y altivos, los menos.
Todos se preguntaban ¿Qué pasó? ¿De dónde salió ese odio y esa saña de los carceleros? No había respuestas para estas interrogantes, pero...tampoco había recriminaciones.
Entre el más de centenar de presos, Cayín era el más joven. Aún no cumplia los 16 años y, el día aquel, su madre lo había mandado a comprar levadura con la cual haría el pan.
Como niño, no sabía sopesar el peligro en que se encontraba y sus contantes travesuras eran la gota de rocío o de esperanza en ese sediento desierto de humanidad en que todos se encontraban.
Los días comenzaron a caminar lentos y pesados, donde el encierro era cada vez un cilicio interminable para los que formaban la "Manga de delincuentes" causantes de todas las plagas de este enfermo país.
Cayín con sus escasos años, era uno de esos que tanto daño había hecho a su Patria a la cual, recién se asomaba con su mirada de niño.
Rapado y flejelado, después de más de un mes de encierro, fue dejado en "Libertad" un 23 de octubre, después de "Toque de queda", de ese fatídico año en que, como en la leyenda, las quilas florecen para morir.
Curiosamente, iba triste y cabizbajo junto a otros cinco compañeros de infortunio. Salían a la tan ansiada libertad ursurpada, dejando tras de si, una honda preocupación.
Desde ese entonces, no se ha vuelto a saber de él. Se lo tragó la noche humanicida a la cual le hizo la última de sus travesuras. Su llanto de niño, al despedirse de los que quedaban tras las rejas carcelarias.
Julio, su madre, aún sigue esperando esa levadura que no llegará.- |