Las mismas ganas, el mismo dolor de siempre te aprieta el pecho. Con ganas de gritar, de no sentir, y de herirte corres al cajón. Ahí, buscas y buscas, hasta que tu mano roza un metal. Te detienes, ese medio minuto que parece tan largo como una hora, piensas en que pasaría después, a ti y al resto de los que te rodean, te dices no y al segundo sigues buscando lo que querías en un principio. Paras y reconsideras lo anterior, vuelves con tu mano buscando el lugar donde estaba la cortaplumas que rozaste antes, lo haces sin encontrar nada como si la hubieran movido de donde estaba, empiezas a lanzar cosas del cajón al piso enfurecido por tu estupidez de no poder encontrar algo cuando se te cruza al frente de los ojos. Es por lo que fuiste al cajón, lo miras y piensas, “hoy no me toca, hoy no voy a matar el dolor, solo lo voy a anestesiar”