Por los Valles del Deseo, un hombre caminaba.
Silbaba bajito, totalmente despreocupado.
No era un hombre normal y de su espalda colgaban unas alas de coloridos, vistosos plumajes. Él, se mostraba indiferente a todo, lo cual parecía acrecentar su apariencia de extraño en ese valle.
Los seres del valle se convirtieron velozmente en miradas de envidia ante toda la prestancia que mostraba aquel hombre. Todo en él les resultaba extraño. Su calma, su indiferencia, su lento andar.
Sucede que en el Valle Del Deseo, lo febril es cotidiano y la vegetación no envejece.
Los hombres allí piden y piden, gritan y gritan, todo el tiempo; y envidian sin quererlo.
Esa visita se quedó para siempre en el valle del deseo aquella primera vez; pero todos lo olvidaron rápido pensando que se había marchado en secreto.
Lo que realmente sucedió es que se convirtió en algo cotidiano su lento caminar y ya nadie se percataba de él. Y aunque no haya marchado nunca del valle, todos en menor y en mayor medida pensaron en él por siempre y a la vez lo olvidaron por completo.
Porque sucede también que, quien apareció lento y a la vez con alas por los Valles del Deseo era nada más y nada menos que el tiempo. Y lo que pasó era lo que tenía que pasar, lo que siempre va a pasar por aquellos lugares, que es... el tiempo.