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Se cuenta en los países del sur de las Américas que un cura, sí, el padre de una iglesia había caído enfermo con la peor de las epidemias, era víctima de un amor infame,

El amor por parte del clérigo es pecado ante los ojos de Dios – dicen las escrituras

Y doble pecado cometía él al enamorarse de una mujer que además de ser mujer era niña, a pesar de que la misma lujuria era correspondida por Maribel, de 16 años.

La moral del castigo se impuso, los ojos justicieros del pueblo se olvidaron de la moral del perdón. Era culpable ante todos y sobre todo ante los ojos del Dios que destruye y mata, y que no tolera omisión a sus leyes divinas. Ella murió de culpa, de pena, y de ganas de amar.

- Pero quién dijo que el amor se castiga – Preguntó ingenuamente el padre Anselmo

Le rogó a Dios para que le devolviera la vida a ella, pero en silencio escuchó la sentencia

Jamás -

No tuvo opción que pedirle al Diablo con esperanza de una oportunidad

Pero qué es lo que quieres de mí – Preguntó el diablo con voz ronca de fumar tabaco.

Le daría mi alma, mi vida y mis sueños si le devuelve la vida a Maribel.

Seré piadoso con usted padre Anselmo, que nadie lo ha sido. Si usted se corta una de sus piernas, del hueso más largo de su cuerpo, del hueso del muslo haciéndole unos pequeños agujeros hará un instrumento que llamaremos flauta, y mientras con sus labios toque aquella flauta Maribel abrirá los ojos y su corazón se llenará de risas, y la majestuosa música le llenará de baile las piernas.

Y así lo hizo Anselmo, sacrificó su pierna. Y así bailó Maribel, pero sola porque Anselmo ahora solo cojeaba con su único miembro, haciendo intentos de bailar. A brincos se le acercó y la ansiedad de un beso le hizo sentir de nuevo la piel en llamas, arrimó sus labios a Maribel, mientras ella lo miraba con los ojos que brillan como la primera estrella en una noche sin luna.

Al acercar sus labios se detuvo la música y con el silencio la muerte la acorralaba arrancándole de golpe el alma para caer al suelo fría y rígida.

Anselmo comprendió que aquel favor del diablo podría convertirse en su eterna condena, sin embargo el le tocó la música más inolvidable, noche tras noche, y no se detuvo nunca para no morir por verla morir, y nunca más sus pieles hambrientas se tocaron, nunca más sus labios con sed de amor se encontraron.


Texto agregado el 13-06-2006, y leído por 92 visitantes. (0 votos)


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