inventario 1. el silencio
(hay cosas que duelen. palabras, gestos vacíos. hay cosas que hacen llorar. la soledad. una taza de café con leche servida para uno. saber que no hay más que salir. emborracharse. bailar, morir. saber que no hay en este planeta un lugar para depositar los huesos. saber)
la simetría del silencio
0.
Me fui quedando dormida.
Me fui quedando muerta.
1.
abro los ojos. unos dedos largos recorren mi columna vertebral. Y los recuerdos me hacen encender un cigarrillo. dar la espalda.
todo comenzó un sábado. De algún año bisiesto. Lo conocí maltrecho, con ojeras derritiéndose, jalado.
Siempre me pareció curiosa toda esa atención. Solía desarrollar estrategias de poder en su cama. Imposible pensar que ese personaje, ávido de flotadores, pudiera llegar a amarme.
Me parecía alguna clase de broma cruel.
2.
Y le pido a él
que
venga
que me traiga un poco de soledad
para convertirme en su
víctima
Pero él
cierra los ojos
desaparece con los últimos
gritos de placer
Y yo cambio de color,
y le pido a él que
venga
y le digo
que no hay piel suficiente
Para tanta
soledad
3.
Yo, por aquel tiempo, solía emborracharme a diario, soportando estoica la resaca del alma, el alcohol recogido sobre sí mismo.
Supongo que las señales del mundo murmuraban mi enfermedad ya por ese entonces.
Y yo era capaz de besar o de amenazar a cualquiera en algún vaivén de ira.
Por ese entonces, ya todo tenía sabor a sangre.
4.
y todo parecía normal.
5.
Uno de esos días, el espejo me devolvió una mirada contraria. Me vi llegando tarde a su cuerpo. Fue entonces que decidí dejar de verlo. Tal como había determinado el primer día. Y sólo fue entonces que necesitó mi ayuda.
Dos kilos de cocaína. Encerrados en una caja de zapatos. Yo empecé a pensar que me había enamorado y reí.
6.
Guardaba dos kilos de cocaína bajo mi cama. Manuel lo había pedido y yo no podía negarme. Comencé a inmiscuirme en mis pensamientos, tratando de sorprenderme enamorada, vacía.
Pero nada.
Ya en ese entonces, comenzaba a entregarme a un simétrico silencio. Pero no con él.
7.
Era un mexicano con acento andaluz, alto. De lentes. Un poco desvanecido. Un poco distraído.
Me abordó en una orden de café con leche.
Yo solía escribir poesía barata, horrible como pólvora, en servilletas de papel. Tomaba café con leche y escribía. A veces también leía. Me pasaba recorriendo la ciudad, gastando la herencia de mi padre. Compraba drogas (sicotrópicas, químicas, prensadas), máquinas de escribir antiguas y robaba libros usados. Todo lo mío olía a belmont lights. Y me gustaban los cafés con leche que preparaba el mexicano en una fuente de soda en Portugal con Marín.
Y me gustaba él.
8.
Un día cualquiera, junto a boleta del café encontré una servilleta escrita.
de forma violenta, apreté el filtro del último cigarrillo contra las demás colillas gastadas en el cenicero. Con manos temblorosas leí la extraña sentencia. En letras de imprenta grandes decía:
LA SIMETRÍA DEL SILENCIO
Un vaivén de dolor me recorrió el cuerpo. Cuando levanté la vista, tenía su rostro andaluz frente a mis ojos. Sonreía como escuchando el murmullo que con filo quirúrgico, me atravesaba.
- ¿qué significa? - pregunté
- no sé, es algo que pienso desde hace tiempo
- si tuvieras que echar de menos a alguien ¿a quién extrañarías?
- a ti ¿y tú?
- a mi padre
9.
Descubrí que el mexicano sólo tomaba whiski de ocho años. Nada de tequilla.
Esa misma noche, compramos una botella de vodka, para mí y una de jack daniels para él. Riéndonos, histéricos, brindamos por Lenin en el balcón, declamamos antiguos poemas de cortázar y cantamos canciones de redolés. Nos pusimos tristes de pensar en todas las revoluciones que no iban a existir para nosotros, todos los hijos y domingos que no tendríamos.
Lentamente, caímos uno sobre el otro.
Tratando de pensar que el amor es sólo un detalle, guardé sus anteojos en el velador y me dormí soplando casi imperceptiblemente sobre sus ojos cerrados.
10.
La cocaína temblaba bajo mi cama y yo no recibía noticias de Manuel. Una mañana, mientras preparaba unos cortados en la cocina y jugaba al poker con la resaca, tocaron a mi puerta. Tres golpes secos. Golpes de policía.
- estamos buscando a Manuel Miranda - dijo el que parecía menos astuto. El otro, un hombre alto de ojos enrarecidos, permaneció en silencio.
Como fantasma en el umbral.
- nunca vivió aquí - dije, mientras prendía un cigarrillo
- ¿y que relación tuvo usted con él?
- ¿usted qué cree?
- ¿podemos pasar a conversar, tomar un café? - dijo el hombrón de ojos rojos
Me separé de la puerta, mientras escuchaba aliviada el sonido del agua en el baño cayendo sobre la espalda andaluza.
- no lo veo hace cinco meses. Terminamos de forma violenta - dije mirando por la ventana hacia el parque. Podía ver las cabezas de los niños y uno que otro vagabundo.
- don Manuel estuvo detenido por tráfico de drogas... - dijo el astuto silencioso, mientras el gordo inofensivo tomaba notas o probablemente dibujaba, aburrido, formas incomprensibles.
- ¿con quién vive aquí señorita Ana? -
- con Martín Jota, fotógrafo mexicano.
11.
Un amanecer, lo escuché llorar. Silencioso. Recogido el rostro sobre el cuello. Y así, las lágrimas silenciosas se repitieron por cinco amaneceres más.
Y en el silencio azul de la sexta mañana, pronuncié su nombre y él me lo contó todo, sin necesidad de preguntas livianas o de angustias trágicas.
El pinche cabrón era mago.
12.
Lloro porque veo a través de la gente. No sus sentimientos, sino que sus órganos vitales. Si quiero, puedo ver el aspecto de tu estómago, de tu útero o de tu corazón. es la simetría del silencio. lo que no existe. el silencio no existe, se superpone a sí mismo. yo percibo los ruidos que hace tu corazón, los veo, los siento. puedo verte como en una radiografía. como en un ultrasonido.
y sé que estás enferma. que quizás no vivirás por mucho tiempo. y yo no puedo estar toda la vida extrañándote. no me puedo pasar el resto de mis días pensando en tí.
yo no soy médico, joder, nunca he querido serlo. yo para lo único que soy bueno es para tomar fotos y hacer cafés con leche y hacerte el amor.
13.
yo ya sabía que había heredado el mal de mi padre y que probablemente iba a morir sola con dos kilos de cocaína bajo la cama. mi padre me bautizó con nombre de capicúa (un excentricismo, un nombre simétrico) para la buena suerte.
lo que yo no sabía era que dormía con la efigie viva del realismo mágico. y que todos los amaneceres lloraba por perderme, encerrado dentro de mi cabeza.
y que lentamente, marcando el ruido del reloj en la cocina, todo parecía transformarse en cenizas.
14.
Manuel tiró una nota bajo mi puerta un día martes. sobre una servilleta de papel, la caligrafía atropellada rezaba:
"necesito lo que tienes. Te he visto. Se que vives con un español de apellido jota. Aún te quiero. Siempre te quise. Ya no me importa mucho nada. Una vez me dijiste que pensabas que yo no te sabía cuidar. y yo ni ahí con cuidarme. Y tú tampoco. así que no entiendo nada. Me andan buscando. Necesito mover lo que me tienes guardado. Necesito plata para irme. Quiero irme contigo. Dime que sí. Juntémonos en el bar de siempre a las cinco, mañana miércoles"
15.
Yo era pura soledad. Puro silencio.
Martín jota desapareció una noche de luna nueva y yo pensé que era mejor así. Como si nunca hubiera conocido los sonidos de mi corazón ni yo sus lágrimas de amanecida.
Decidí terminar con todo de una buena vez.
Descolgué el espejo trizado de mi baño y separé unas cuantas líneas blancas, albísimas. El sabor ceniciento me fue congelando la garganta y pensé por un momento que era la mujer con más huevos que conocía, la única mujer con testículos del mundo.
Vacié el polvillo lentamente en el excusado. Deteniéndome a saborear el momento tranquilo. El fin de la tempestad sonaba como una cadena de wc.
16.
Luego, pensé en martín jota y le escribí una carta. unos poemas de amor lindísimos como recién nacidos.
En esta divertida tragedia, martín jota, eres el único sobreviviente. El único que supo ver.
Después, pensé en Manuel. En su viaje abortado. En el infierno de la cárcel. En su sangre homicida.
De premonición, compre ese día el diario. En el apartado de breves, aparecía una pequeña nota sobre el exiliado de sí mismo. Había matado a un hombre en La Granja, cuchillo afilado en mano.
Lo que nunca supiste manuel, era que en esa navaja también se me iba la vida.
17.
Y por último, pensé en mi padre. Me dijo antes de morir que hiciera siempre lo que tenía que hacer.
Y ese era un buen consejo.
La sangre caliente se atropellaba por caer desde mis muñecas. Lentamente, me fui quedando. Dormida.
Me fui quedando muerta.
18.
Despierto. Martín jota dibuja el patrón de mi columna con sus dedos.
Recuerdo que todo comenzó un sábado. De un año bisiesto. De un año simétrico.
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