Tarde de otoño, pintada de ocres brillantes, tu rostro se devela a través de la ventanilla del tren. Tus ojos me miran sin verme, tus labios se despiden de mi cabello rozando el vidrio difuso por tu calor, calor que tu cuerpo emana.
Y te vas sintiendo un poco más solo, la distancia que nos une no es la misma que nos separa. Cierras los ojos para capturar mi imagen, la misma que dibujarán tus sueños cada vez que los vuelvas a cerrar. Y allí estaré...
Y me acerco para acariciarte a través de la ventanilla, apoyas tu mano sobre la mía, ambas se unen en una simetría perfecta, caricia fría que congela el alma.
El silbido del tren me arranca un Adiós y me devuelve tu sonrisa.
Quizá volvamos a encontrarnos, y sentiré nuevamente el manto de tu mirada cobijando mis deseos.
O tal vez el tiempo me encuentre llorando sobre una cruz blanca, la de aquél soldado que nadie conoció.