los peligros de asentir permanentemente
Era de esas que cuando te la presentan dicen es buena y trabajadora. O sea, gorda, corta de vista y barbuda.
En clase, era de las alumnas que llegan primero y se retiran por último, siempre cerrando ventanas y puertas. Un día, un bombón; otro día, un ramo de flores. Eso sí, infaltable, su típica frase: Profesora, yo quisiera acotar algo..., entre movimientos rítmicos de su cabeza asintiendo a todo, como un tic que fastidia hasta el cansancio.
Esa noche le pasó algo increíble.
Durante la clase, todos sus compañeros, uno por uno, de izquierda a derecha (o al revés, ya no recuerdo) comenzaron a quedarse sin rostro. Es decir, primero perdieron la nariz, luego la boca y, una a una, las demás facciones se les fueron borrando, como cuando uno se mira al espejo y el vapor de la ducha empaña el reflejo hasta la nada.
-Profesora, profesora, ¿qué está pasando?
-Nada, no haga caso, es que no prestan atención; no son como usted.
-¡Ay, gracias, profesora! ¡No exagere!
Al rato, la clase continuaba y era un mano a mano, entre alumna y docente. Se escuchó un ruido, luego otro y otro más, idénticos al sonido de las gotas en un techo de zinc cuando comienza a llover torrencialmente. Así cayeron los brazos de sus compañeros.
-¡¡Profesora, perdieron los brazos!!
-No se preocupe, igual: no toman apuntes.
-¡Ah, sí, los apuntes son muy importantes!
En determinado momento, todos fueron desapareciendo, rápidamente, como cuando uno acelera la cinta de video sin presionar STOP.
-¡¡Profesora, profesora, se van...!!
-No importa. Sólo vienen por la lista; no para formarse y aprovechar las clases.
-¡Ah, sí! No es justo; algunos no vienen nunca y quieren ir a examen en calidad de reglamentados... como una que viene todos los días. No es justo; ¡no, señor!
En un momento indeterminable, se le cayó un libro. Silenciosamente, lo recogió. Cuando levantó la vista, la profesora estaba siendo chupada por un libro y el escritorio, las paredes y el techo ya no estaban.
Un ruido chirriante, a bisagra oxidada, un movimiento oscilante la dejó inmovil: era el pizarrón que, colgado de la nada y movido por un viento callado, citaba en grandes y fosforescentes palabras: ¡Date cuenta: estás quedando sola!
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