Cada acorde, una lágrima, un grito, un escape... Cada compás una silueta de vestido blanco, pureza, en silencio. Pausa. Despertaba con las ideas queriendo volar, perderse en el cielo azulino de la costa. Le gustaba quedarse en el balcón mientras su mirada era absorbida por el horizonte lejano.
Encadenado a su arena, a su aire salado, anclado al suelo, con las heridas de las alas que nunca crecieron en su espalda.
Y ahora que ya no estás con él, la sal de su llanto le quema las mejillas. Y él no llora como tú, no llora mientras la agitación crece y se hace difícil respirar, no llora abriendo los labios y dejando al sonido trabajar con sus quejumbrosos hilos, no, él no llora así. Llora en silencio, apretando los dientes, fingiendo la felicidad, guardando el dolor, tejiendo mentiras, mientras su piel se marchita y la luz de sus ojos se apagan con cada día, con cada ola, con cada marea manejada por la misma luna que iluminaba tu sonrisa.
Su tristeza danzando en una habitación vacía, en un mar sin ti.
Y su vida está anclada, con la carnada escapándose por el río de la brisa marina, volando alto y fuerte, con las alas que nunca se pudo poner. Con sus alas robadas, con el aire espeso, con el corazón latiendo detrás de ti.
Escapando. |