"Le di unos leves golpes. Su sistema aún funcionaba perfectamente sincronizando el tic tac sistólico y diastólico al ritmo que le permitiera vivir. Quería asegurarme; conseguir la certeza que si, que era cierto. Una desconfianza como yo apoyaría la cabeza en su pecho, pero también ocultaría las intenciones. Observé un rato y pareció que su red de ventilación aún seguía inhalando y exhalando, eso tranquilizó los anudados nervios.
Si, oficialmente estaba viva".
Le habían enseñado la ley de la sobrevivencia, siempre cargó dentro de su bolso las armas para salvaguardar su perfecta vida. Aquella noche cobijó en una esquina urbana, sus enormes deseos de encontrar un amigo leal con el cual construir sueños infantiles. Un silencio nocturno, luces anaranjadas y el viento azotando el rostro que abría la barrera de lo que no se escucha haciendo ruido y la acostumbrada ansiedad esperaban su llegada.
Poco a poco la impaciencia agravándose.
Poco a poco las ganas de partir.
Tiempo preciso para emigrar de lo desconocido, tiempo preciso para detener las ideas. La llegada. Una sombra primero anticipando el cuerpo, figura y fondo apareciendo, unos ojos conectando algo más que la mirada, un respiro profundo y un abrazo certero. Calle abajo el conocimiento, palabras tontas oídos necios, descubrimiento, conquista y una verdad expresada en mutismos cómplices y profundos en una realidad adornada en tactos.
Algo se presentía, la muerte no andaba lejos. La muerte apoderándose de las bocas y el deseo.
El tiempo que avanza en horas. El silencio trasladado a paredes de concreto; la razón claudicando y el axioma emergiendo en ese instante en que el abismo se abre a la enmudecedora queja y el temblor se apodera de los cuerpos.
Acabarían con su vida.
Ella sacó de su bolso el arma.
Él tenía el puñal.
Respiraron de su aliento, cálido sediento, expectante e inquieto. Uno de ellos debía ceder. Desde el instante cercano en que lo conoció lo supo; aquel hombre sería quien lo haría. Se entregó a sus brazos y lo invitó a pasar, nunca vio la muerte con la gravedad que se le imputaba. Tomó el puñal con sus manos sabiendo que en pocos minutos atravesaría su cuerpo acabando con los mitos, un sencillo y a la vez complejo desafío en la clandestinidad.
Amanece en la ciudad.
Las maquinarias vuelven a su centro de operaciones.
Santiago cobijando redes inalámbricas, modernidad y sentido.
La consigna de hoy: Nada muere, todo se transforma.
Sí, oficialmente vivos. Oficialmente máquinas.
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