Ella era la compañera insustituible en los juegos de Nony, mi hermana menor. Yo siempre buscaba un momento a solas con ella. Mentía para eso:

- Nony te llama mi mamá, rápido –

Entré temerario a su cuarto a ese mundo de mujercitas, la encontré sentada sobre la cama con su faldita coqueta, sus canillas largas, rosada y pulcra, su cabellera dorado radiante, su perfecto maquillaje natural, sus ojos cómplices y una sonrisa en sus labios que incitaban al despertar del morbo. Me acerqué a ella, jugué con sus cabellos y presto la besé, no tenía que perder tiempo; fresca como un estatua. La deliciosas desesperación y el no saber besar hicieron que le ensopase todo los labios, gozaba de ese momento de tierno romance. De pronto sentí las zapatillas de Nony que triscando se acercaban, me separé de ella con rapidez, nervioso disimulaba prendiendo y apagando la lamparita de noche.

- ¿qué haces? – curiosidad infantil que odiaba.
- Nada –

Salí raudo pero le di una última mirada de inocentes cómplices, ella sólo sonreía con un brillo en sus ojos azules. Nony cerró la puerta tras de mí haciendo un bufido de desinterés infantil.

Pedía en mis pensamientos:

- ¡Barbie por favor no le digas nada a Nony de nuestro romance!-