Pasé por varias callejuelas; unas con muchos colores y con mucha luz y otras no tantas.
La suave brisa que invadía mi cuerpo me llenaba de placer de encontrarme acompañada con sólo mi presencia.
La gente paseaba alegremente por sus calles sin pararse a mirar los unos a los otros y, sin entablar ningún tipo de conversación ni compartir ninguna sonrisa.
El color amarillo del Sol llenaba de vida y energía mi minúsculo cuerpo y me invadía la alegría, pero aún así seguía teniendo hambre.
Algunas cafeterías encontré pero todas casi tenían el mismo aspecto que a la primera que fui y desistí en mi empeño de entrar. Ya que no podía pararme en cada una de ellas.
Caminando un trayecto ni lo suficientemente largo como para cansarme ni lo suficientemente corto para estar perfecta llegué a un lugar donde sus calles estaban vacías de todo color.
Los edificios eran grises y blancos como anteriormente comenté; como si un pintor cansado de dibujar hubiese dejado el cuadro a medio terminar.
Había gente, mucha de ella, a pesar de lo triste del ambiente, sonreían.
Me acerqué a una de las cafeterías próximas y, entré.
Me senté en el primer asiento que encontré y apoyé mis brazos en la mesa.
Un chico joven que por su uniforme intuí que era el camarero, me comentó:
- Por favor podía dejar de apoyar sus brazos sobre mi mesa !! - exclamó ofuscado.
Yo los aparté sorprendida de la poca cordialidad que profesaban en aquel lugar.
Miré hacia la mesa y unas manchas naranjas, amarillas y rojas formaban el contorno y la forma de mis brazos.
- Lo siento, mis brazos no estan manchados - repliqué a modo de suplica.
- Ya, si no es eso; aquí no admitimos ninguna clase de color.
- ¿Y eso por qué?
- ¿Que es lo que quieres tomar? - preguntó evitando el contestar.
- Pues quisiera tomar un café con leche y una tostada; venía buscando desesperadamente una cafetería ya que en muchas sólo podían ofrecerme algodón y, la verdad, me levanté con hambre. Pero ahora después de la caminata aún más.
- Ya, es lógico.
- ¿El?
- Lo de las cafeterías.
Y sin más, se marchó hacía la barra. Una señora más mayor, con lo cual pude intuir que fuera la dueña o la madre del chico, no paraba de observarme con cara de desconfianza detrás de la barra.
Al acercarse el camarero hacía ella mantuvieron una conversación mientras ella no paraba de observarme. Y cuchicheaban de forma acelerada y pasional.
El chico puso en marcha la cafetera y, unos ruidos se podían oir, aunque ínfimos, desde ella. Calentó el pan y depositó tanto el café como la tostada encima de la bandeja.
Al salir de la barra se aproximó a la mujer y le dijo algo; ella asintió con la cabeza sin parar de mirarme.
Al poco el camarero se acercó; dejó el vaso de café y la tostada y me miró los brazos.
- ¿No te he dicho que no los apoyaras? - me dijo en tono severo.
- No, si no los estoy apoyando - dije mirándomelos.
Pude comprobar que si que estaban apoyados un poco en ella y los levanté rauda.
- ¿Por qué no quereis que haya color?
- Porque no, nos recuerda a los sabios - contestó mientras se sentaba enfrente mía.
Dejó la bandeja encima de la mesa y empezó a entablar una conversación distendida conmigo.
- Los sabios nos quieren procurar daño; quieren acabar con nuestras rutinarias vidas pero nosotros no queremos escucharles. Nunca habían hablado hasta ahora y nosotros no estamos todavía preparados para enfrentarnos a ese cambio. ¿Tu no eres de aquí , no?
- Pues no, pero vamos a ver, otros han dejado a los sabios en su sala correspondiente.
- Ya, porque igual los consideran así, pero nosotros no dejamos de verlos como utensilios o no queremos verlos como algo más.
- ¿Miedo?
- Supongo, los cambios son difíciles de sobrellevar.
- Pero con esfuerzo...
- Es que tampoco creo que sean necesarios...Se nos creó así, sin color. Nadie dejó que esto se terminara y la persona que nos fabricó no llegó a terminarnos.
- ¿Y el motivo?
- ¿Cuantas preguntas, no? - dijo sonriéndome. ¿No tenias hambre?
Sus dientes tremendamente blancos al sonreírme y mi hambre canina me invitaron a pegar un bocado a la tostada aún caliente y de seguido dar un gran trago al café.
Al poco mi vista empezó a nublarse; me agarré con las manos a la mesa mientras sentí como alguien las apartaba. No sabía donde apoyarme y me levanté. Giré la cabeza y vi a la señora mayor fijando su vista en mí, su cara se difuminaba y un montón de colores pasaban por mis ojos.
Quise andar, pero tras unos cortos pasos caí derrumbada al suelo...
Al despertar observé que estaba en el punto de partida. No desde el tunel, sino desde la sala de los sabios.
Pude abrir un poco los ojos y el ser extraño que me acompañó el día anterior me observaba de cerca.
Sus ojos verdes me llegaban a intimidar.
Hice el intento de decirle algo pero antes el tomó la iniciativa.
- ¿Te han hecho daño?
- Es que...bueno...la cafetería...
- No deberías haberte movido de este sitio – me interrumpió.
- Tu me abandonaste, aunque no sé si todo lo que he vivido ha sido un sueño.
- Bueno, creo que sería muy largo el motivo del porqué te tuve que abandonar, pero a veces la gente abandona a otra sin ningún motivo. Es lo que nos hace ser grandes independientemente del resto.
Y eso te hizo grande como para andar sola en un lugar extraño a lo que estas acostumbrada a ver.
Pero esa valentía ha hecho que toques el fuego sin llevar protección. No puedes confiar ni acercarte a todo lo que veas sin llegar a conocerlo de antemano.
- Ya, tienes razón, pero creía que no me iba a pasarme nada.
- En realidad no te ha pasado nada. Cuando te aventuras sin ningún tipo de medida sueles volver al punto de partida para repetir tus fallos hasta hacerlo bien. Por los menos así tengo entendido o así pienso yo - me dijo sonriendo y guiñándome un ojo.
- Ajá, supongo que será así.
- Siempre es así, pero ven y mira lo que has hecho tu con tu valentía.
Me agarró suavemente pero con seguridad del brazo y me guió fuera del edificio.
Del cielo empezaban a caer gotas de lluvia pero no era agua, incolora no era .
Las gotas que caían eran de miles de colores y yo pude y nosotros pudimos disfrutar de la hermosura del paisaje.
|