Unas nubes blancas como el algodón se paseaban por el cielo chuleando al fornido sol que abrazaba la Tierra precipitando un verano cercano. Los trigales dejaban de ser adolescentes para envejecer al tórrido calor del astro rey.
En el cobertizo de la granja de tía Eugenia había movimiento ese día. El calor allí adentro era inaguantable. Los guardias no cesaban de beber agua y limpiarse la sudor entre palada y palada. Todo estaba levantado. Habían vaciado su interior para poder cavar el suelo.
En el hospital de la ciudad y en la habitación número sesenta y nueve se hospedaba una paciente, custodiada por la policía que hacía guardia en la puerta de entrada. Acudió una doctora, bata blanca e identificación en la solapa. Pasó al interior de la habitación llevando en la mano una pequeña bandeja con varias jeringuillas preparadas para ser inyectadas.
-Vamos muchacha date la vuelta que he de poner este calmante, verás como te relajas-Le decía la doctora mientras se quitaba la bata y le inyectaba el suero en el muslo de la paciente.-
-Ahora estamos solas otra vez ¿No recuerdas la última vez en el cobertizo?,que bien lo hacías, mi clítoris pide más ahora y el tuyo también, así que chupa, pedazo de puta.-
La doctora se echó encima de la muchacha medio atontada por el calmante que le había puesto y empezó a lamerle el coño.
-Espera, esto lo hará mas sensual, te lo afeitaré,¿Ves?,así estará suavecito como el mío.-
Echándole un poco de jabón de afeitar y con un bisturí le fue afeitando todos los pelos de su coño.
Verónica iba haciendo lo que le decía la doctora. Chupaba el coño afeitado, los pechos y los pezones, los labios y le metía la lengua en la boca en un acto de incosciencia. Estaba drogada y a merced de la policía jefa.
Entró en un momento uno de los policías y desnudándose enseguida se abalanzó sobre las dos mujeres introduciendo el pene por el culo de Verónica y corriéndose después en la boca de la policía.
-Dame a mi también por el culo desgraciado- Le decía al policía que cerraba los ojos de placer mientras el semen se iba derramando por la cara y el cuerpo hasta llegar a Verónica que sólo hacía que succionar y tragar obedeciendo a su jefa.
En el cobertizo fueron hallados de momento más de siete cuerpos, todos ellos de muchachas que aparentaban ser muy jóvenes. Desnudas y algunas en avanzado estado de descomposición. Entre los restos, una cosa llamó la atención al juez que llevaba el caso presente en aquellos momentos cuando fueron hallados los cuerpos:
Un botón dorado, un botón de uniforme de la policía de la ciudad. Estaba enterrado entre los cuerpos y el estado en que se encontraba indicaba que no se le había caído a ninguno de los presentes en aquel preciso momento.
-Vámonos de aquí, vístete y como digas algo te juro que te mato. Tú no has visto nada y si quieres volver a meterla en mi culo ya sabes, no abras la boca o tu mujer puede enterarse de muchas cosas. No te gustaría que tu hija mayor, si esa tan putona de quince años, esa de las tetas gordas que añoro cada vez que la veo, perdiera el virgo antes de hora, ¿Verdad que no?.Largo de aquí maricón de mierda.-Le dijo la policía jefa a su subordinado.
Ella se vistió también y salió con la bandeja en las manos saludando a los dos policías con aire sensual y moviendo las caderas en un acto de distraerlos por unos momentos y poder así salir del hospital. Uno de ellos se encargaría de que así fuera.
Verónica renqueaba de dolor estirada en la cama aún con los efectos del sedante. Sangraba por la boca y el culo. El pegajoso semen del policía en su rostro le daban nauseas y sus vómitos nada más eran de semen también.
Un coche de policía salía a toda prisa de la comisaría camino del hospital...
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