Ella se sentía extraterrestre en su mundo, en el mundo que siempre le había rodeado, los duendes que solían acompañarla, la vida los había alejado y aquellos que compartían techo comenzaban a transformarse en siniestras y ocultas sombras, se sentía perdida al descubrir que nada había cambiado, que la ciudad seguía colocada en el mismo lugar de siempre, pero no podía reconocer a nadie.
Su grito, callado y angustiado, no era escuchado, permanecía oculto en el aire, en el suelo, en las nubes, en el atardecer, nadie lo veía, nadie lo escuchaba, nadie lo percibía, nadie lo sentía, tan solo su cabeza, sus ideas, como en una fría cueva retumbaban sus entrecortadas palabras y un pequeño sendero recogía sus saladas aguas, sin rumbo, sin fin, sin un lugar a donde dirigirse.
Se miraba y solo estaba.
|