- Y entre su dueño y sus utensilios son fácilmente reconocibles , no?
- Tu misma lo acabas de decir, lo que pasa es que en este caso los únicos que conocen bien a sus propietarios son los utensilios.
Molesta que no sean escuchados sino simplemente ser provistos del último consejo que todo ser humano; sea real o irreal necesita.
Ellos no se quejan; gustosos nos proporcionan su sabiduría pero a veces nosotros nos apenamos de su soledad y su falta de ser atendidos a su igual penuria.
- ¿Siempre están aquí metidos? - pregunté.
- Claro, siempre. Disponen de las herramientas suficientes para comunicarse con nosotros pero no la disponibilidad de desplazarse.
Tampoco se puede tener todo.
Nosotros podemos comunicarnos, podemos movernos pero no podemos escuchar más allá de nuestro propio interes.
- En donde vivo yo también pasa lo mismo.
- Supongo; hay corazón y cerebro y es lo que nos hace ser inertes respecto a la capacidad de sentir la comprensión de nuestros semejantes.
- Ya, no sabemos ponernos en el lugar de la otra persona.
- ¿Quieres preguntarles algo?
- No, ahora mismo no. Me siento bastante triste e indispuesta como para entablar una conversación basada en el egoísmo.
- Supongo que tendrás hambre.
- Sí, un poco sí. Que alimentos comeis?.
- Depende, en que momento del día y en que situación.
Acompáñame.
El ser extraño me guió hacía otra sala situada en el compartimento de al lado de la sala de los sabios.
Al entrar me quedé impregnada del olor a dulce de fresa que desprendía el ambiente. Aspiré fuerte y observé al ser extraño.
- Se nota que en tu niñez era algo que te gustaba.
- Que pasa, que eres adivino, o que? - pregunté de forma irónica y ya molesta de que ese ser siempre intentara disponer de la verdad.
- No, a ver...toca la pared.
Casi sin ganas acerqué mi dedo a la pared y la superficie rígida empezó a hundirse y a volverse el color negro que rodeaba esa rigidez a color rosa.
Me maravilló ver ese cambio. Acababa de vislumbrar magia.
- ¿Esto es magia no? - pregunté entre sorprendida y emocionada.
- No es magia, tú eres magia.
- ¿Que yo que? - pregunté desprendiendo mi dedo de la hendidura.
Sin recibir contestación contemplé el suave olor a dulzura que se desprendía de mi dedo y un pegajoso algodón se fundía entre mi piel.
De color rosa.
Mientras en la pared el color que anteriormente al hundir el dedo se tornó rosa, volvió a su estado de origen.
Acerqué mi boca a mi dedo y chupé ese algodón.
El sabor era inconfundible; era el de los algodones de azúcar de mi niñez; el mismo que probé de la pared del tunel.
Me sentía a gusto con ese sabor. Supongo que nada en esta vida podría entorpecer cuando degustaba ese sabor característico.
Durante unos segundos relamí mi dedo en busca de más algodón y chupé mis labios ante el sabor azucarado que se desprendía de ellos.
Al pasar un tiempo, todo lo que había a mi alrededor empezó a dar vueltas y busqué algo sólido donde encontrar estabilidad y equilibrio; pero las paredes se hundían al querer apoyarme en ellas.
Me sentía pringosa; casi me rodeaba por entero de esa extraña poción en forma de algodón.
¿Por qué había sido engañada de esa manera?
Quise gritar, pero supe que mi voz no la oiría mi acompañante. Es como si estuviera sumergida en otro mundo y el mismo mundo me daba la oportunidad de encontrarme sola.
Así que no podía gritar, sólo intentar permanecer de pie y lo más rígida posible.
Nunca tuve el suficiente equilibrio estando en una situación normal, como para ahora encima poseerlo.
Tras algunos minutos intentando acabar con este sufrimiento que la incertidumbre y los constantes mareos me proporcionaban, se acabó.
Dejó de dar todo vueltas y todo volvía a la "normalidad".
Pero mi acompañante ya no estaba. Miré a mi alrededor; inclusive lo busqué por la sala de los sabios mientras los utensilios me castigaban con un montón de preguntas, y no estaba.
Había desaparecido, me había dejado sola.
Ya nada me parecía tan interesante; el miedo de lo incierto, de lo irreal me procuraba desazón.
Así que me acomodé entre varias cacerolas y un radio casette y permanecí quieta. Ni siquiera quise hablar con ellos, a pesar de que no paraban de querer intentar entablar una conversación conmigo.
¿No se dan cuenta de que estoy atemorizada?. Es lógico; mi cuerpo menudo no para de temblar.
Y después de todas las emociones vividas en pocos minutos y, ante el cansancio, cerré los ojos y me quedé durmiendo en la sala de los sabios.
No sé el tiempo transcurrido hasta que los abrí; sólo sé que pude soñar con la playa a la que iba cuando era pequeña todos los veranos. Mi familia no estaba, sólo estaba sola pero esa sensación de soledad me hacía sentir bien porque disfrutaba del olor del mar, del sonido del agua y de mis emociones.
Me sentía a gusto.
Al abrirlos volví a la ¿realidad? Mis ojos se abrieron de par en par y noté que me encontraba perdida y sola en ese lugar, en ese mundo extraño para mí.
Los utensilios no decían nada; por lo menos yo no los oía. Igual seguían durmiendo.
No pude averiguar la hora que era ya que no suelo llevar reloj porque sé que el llevarlo me ocasionaría tal stress los minutos y las horas, que prefiero no saber la hora que es en cada momento.
Despertar cuando amanezca, dormir cuando anochezca, desayunar, comer y cenar cuando tenga hambre; sólo buscaba ser yo misma sin la posesión de una objetiva marcación de la rutina a través de las horas.
Me desperecé y al notar mis huesos despertarse me invadió una sensación de extrema comodidad y energía.
Me levanté y salí de aquel edificio; no sin antes despedirme con un susurro de un adios a los sabios que se hospedaban y dormitaron conmigo en aquel lugar.
Al salir me restregué los ojos ya que el Sol me pegaba fuerte en ellos.
Necesitaba ver las cosas claras.
Me toqué el estómago al notar que me pedía alimento.
Y me dirigí a una cafetería cercana al edificio, al pasar por ella noté una presencia en uno de los rincones de la calle.
Me asomé a una callejuela y vi a una persona acurrucada.
Al mirarle me miró y supe que era el ser que me acompañó el día anterior.
Pero sin poder decirle nada huyó despavorido.
Quise perseguirle pero la rapidez con la que se fue, lo extraño que era, el hambre que tenía y las fuerzas con las que poseía en aquel momento para tirar yo sola sin la ayuda de nadie, hizo desistir las ganas de recibir una explicación por su parte.
- Total, da igual – pensé.
- Aparte era muy extraño.
Y sin pensármelo dos veces entré en la cafetería; me senté en uno de sus asientos.
Y una mujer con dos cabezas y una figura extraña y regordeta vestida de camarera se acercó a mí.
- Hola, buenos días – me dijo.
- Sí, hola, mira querría que me pusieras un café con leche.
- ¿Cómo?
- ¿Que pasa que no sabes lo que es? – y enfadada le pedí – Pues un té , si no te importa.
- ¿No sabes que aquí no dispensamos ningún tipo de alimento desde que se haya cerca la sala de los sabios?
- Como voy a saber eso si no soy de aquí – dije enfadada por las ganas que tenía de tomar algo sólido.
- ¿Ni siquiera algo de comer teneis?
- Bueno, tenemos algodón.
- Creo que ya he comido suficiente algodón.
- De veras lo siento, como podrás observar no tenemos ningún electrodoméstico, ni cafetera ni nada; todo se encuentra en la sala de los sabios.
- Pero se supone que si esto es una cafetería debería disponerse del suficiente material para por lo menos ofrecer café.
- Pues no, lo siento. Hay algunas cafeterías que todavía se conservan y mantienen en sus respectivos locales los utensilios para hacerlo. Pero aquí no.
- Bueno... entonces me marcharé a alguna de ellas.
- Pero te repito, si quieres algodón o consejo espiritual esta es la mejor cafetería que te puedas encontrar.
- Pero en las cafeterías nunca se ofrece ni algodón de azúcar ni consejo espiritual – dije marchándome ofuscada.
La camarera rechoncha me seguía intentando convencer mientras me marchaba y añadía que no se ofrecían ese tipo de cosas porque nunca lo había visto hasta ahora.
Y salí de aquel lugar.
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