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Una de las tantas realidades enigmáticas y desconocidas envolvió, en los momentos siguientes, a Sofía. Creando un antes y un después de.
Su mirada azul le permitió ir más allá, sus piernas abiertas también.
El desorden de los sentidos hizo magia, el alcohol igual, el deseo fue la galera de donde surgieron todas las vidas de un hombre y una mujer, que en un sinfin de poses barrocas circundaban la cama.
No se les hizo muy difícil después entender lo que paso. Sabían qué había pasado y por qué; ya no estaban en edad de decir amor cuando se quiere decir sexo.
Desayunaron y, a través de formas simbólicas, plagaron el aire de puntos de vista, creencias y gustos, jugando al conocido qué tenemos en común.
Toda excusa fue devorada por el silencio, sólo interrumpido por las notas dulces del goce.
La repetición de días y noches no se transformaba en rutina aún. El reloj ya no marcó las horas de comer, levantarse, trabajar, ni nada de esas atroces cosas que siguen agujas.
Una noche se levantó, ella; él vio el tatuaje mientras Irene miraba a través del telescopio.
–Este modo de conocer el universo arrasa la realidad. -hablando a la nada.
–¿Qué significa esa marca que tenés en el tobillo?
–¿Cuál? ¿ésta?
Pregunta y respuesta, pensó él.
–Sí, esa.
–No sé, la tengo desde que nací.
Ese día se fragmentó en una mezcla de ansias y curiosidad. El hombre buscó, investigó en todos sus libros y enciclopedias, mientras ella dormía el sueño placentero; no encontró nada.
Salió a la calle, luego de días: barba desprolija, el rostro duro, una gabardina oscura tapaba su arrugada indumentaria. Subió al ómnibus.
–Común, por favor.
El guarda giró la mano izquierda, miró el reloj. Las manecillas se encontraban en la celda tres.
Para sí, o para el reflejo de la ventanilla, dijo, está cerrada, mientras pensaba qué hacer. Se paró, fue hacia la puerta, tocó el timbre, se arrepintió, se sentó.
–¿Qué hace? ¿Esté jugando? Mire que yo estoy trabajando.
–Disculpe.
Treinta y cuatro minutos más.
–Destinoo!! -gritó el guarda mientras sacudía a un joven en el asiento de los bobos; miró al hombre con bronca.
Bajando despacio, como quien va a encontrarse con algo sin saber cómo enfrentar la situación, caminó una, diez cuadras, ya ante los ojos se presentaba el edificio, detrás de esculturas de célebres escritores, tallado en letras enormes, el grabado de Biblioteca.
Fue a la parte de atrás, primero un pie, luego el otro, como el manual cortazariano, escaló un par de metros, la ventana abierta se movía como péndulo y guillotina, la cortina era una mano invitando a entrar. Se descolgó ágilmente.
Dentro, el miedo lo tomó del cuello. Siempre odio el ambiente solemne de las bibliotecas. Pero el poder, la curiosidad que provocaba en él el dibujo, eran más fuerte que todo. Comenzó a buscar, nadie lo molestaba; tal vez, si había guardia, estuviera durmiendo.
Ya nada más ocupaba su mente, el símbolo lo dominaba. Pasaron horas. Cansado, tropezó y tiró una pila de libros. Uno de ellos se abrió entre una nube brillante; en la página abierta, el signo. El mismo del tobillo.
Una puñalada se hundió en sus pulmones; con una bocanada de sangre leyó lo que estaba escrito al pie del ícono: Nunca quieras conocer todo de una mujer o morirás.

Texto agregado el 09-06-2006, y leído por 106 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
21-06-2006 Me gusto. peorestrabajar
 
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