Son esos días en que solo se escucha el silbar sin rima del aire acondicionado de la tienda. Ya se ha hecho frecuente en las festividades. En esas fechas los cibernautas se desconectan de la red para reconectarse a la vida, solo aquellos que niegan renunciar a Internet se someten a su trance. En esos días especiales siempre solía Ella venir, sobre todo en navidad. Fue el año pasado, ese Diciembre abrió la puerta del cibercafé minutos después de recién comenzar la faena. Ella pedía solo lo necesario, contaba las monedas una y otra vez para asentar su número exacto y no pedir de más o de menos. Ingresaba con mucha dificultad a su cuenta de correo. Pero ese nuevo mundo enrevesado le traía al final una excelsa victoria: la carta de su amante, de aquel que le arrancó las horas de sueño y se la embadurnó en la piel con quimeras en un mundo despierto.
Leer cada palabra de el, era libar la miel que seguro podía emerger mas allá de sus labios. Su piel volvía a revivir y sus poros sentían el sismo de una dermis en plena explosión. Los ojos, por Dios, sus ojos muchas veces velados y cansados, resucitaban con el brillo de un cristal fino. Leía, releía, volvía a leer, era la pasión por el hombre que más ha amado, el que despertó su dormido frenesí. Las carta de el, eran un pecho abierto, un corazón al aire, un ser sin pecado original. Los emilios de ella llevaban la fragancia de la sinceridad y la dulzura del almíbar del membrillo en otoño. Y de otoño sabían los dos. El carteo, como ellos lo llamaban, confirmaba que las almas gemelas si existen. Ella jamás se casó, el tampoco. Ella amaba la poesía, el también. Tenían gatos en sus hogares, Soñaban conocer India y disfrutaban de la comida vegetariana.
Nunca se enviaron fotografías, ni hablaron por teléfono. Querían que la vida le deparara una sorpresa, aunque dentro de cada uno de ellos, había certeza de que habían lanzado el dardo del querer y lo apuntaron de manera correcta.
Amaneció extraño ese día, el aire acondicionado no silbaba, era como si su mudez fuera adrede, esperando algún acontecimiento. Ella abrió la puerta, esta vez, y por primera pedía tiempo abierto. Afanosa revisó su correo y encontró lo que buscaba; El llegaba hoy a Caracas y le confirmaba que se encontraría con ella en el cibercafé. De repente, el silbar sin rima dio principio, soplaba con más ímpetu. Se abrió la puerta del cibercafé y apareció el, ella volteó y lento se volvió el tiempo. El silbar del aire acondicionado tenía la compañía de dos corazones estimulados. Se veían por primera vez, se rozaban sintiendo sus cercanías, se tocaban sin tocarse.
Por fin se conocieron, aunque ya se conocían. Se abrazaron, se besaron y dos brasas hicieron combustión, carbonizando lo que los separaba. En fin, ella tenía setenta y cinco años y el ochenta años. |