Carta póstuma
Hoy me desperté preguntándome cuál era el sentido de mi vida, y como no se lo encontré, decidí suicidarme.
No, de nada servirían mis esfuerzos, la vida seguía sin mostrarme el mejor camino. ¿A qué bueno esforzarse haciendo algo si al final no encuentras resultados? Andar, caer, levantarse – Andar, caer, levantarse - ¿Por cuánto tiempo más?
Nada ha sido nunca suficiente; siempre ha hecho falta más: más dinero, esposo; más trabajo, empleado: más esfuerzo, mozo; más empeño, contador; más responsabilidad, papá; más tiempo, hijo; más experiencia, aprendiz; más preparación, profesor…
Llamé a tres amigos para contarles mis planes y mi decepción: el primero nunca respondió y le dejé un mensaje en su contestadota automática; el segundo estaba en una junta importante y le era imposible responder en estos momentos, pero su secretaria –con mucha amabilidad, eso sí- me comentó que le reportaría “al señor Gómez” tan pronto como le fuera posible, pero que no esperara su llamada antes de las ocho, pues tenía aún dos citas importantes.
Al tercero le alcancé a comentar rápidamente, mientras vociferaba en el tráfico de la ciudad, apurado por llevar a sus hijas a la clase de ballet, -¡”Anda, muévete hijo de puta!- No, no perdón, no es a ti, es al estúpido de enfrente…” Terminé mi explicación y parece que no me entendió del todo, pues sólo me dijo que estaba muy bien, que no olvidara traerle un recuerdo al volver y que pronto nos hablábamos, ¿habrá escuchado Zanzíbar? Ni siquiera sabe si el lugar existe.
Y luego me senté en el sillón para pensar cuál sería el mejor método para hacerlo: ¿acostado, con un anafre a un lado como el abuelo de César? ¿de una congestión alcohólica como Nicolas Cage en Leaving las Vegas? ¿Tirándome de un puente o de un edificio, como buen citadino que soy? ¿Con el cuchillo rasgando mis muñecas? Las vías del tren eran otra opción, pero nunca se sabía a qué hora pasaba…
No, no, no. ¿Qué tal si no me muero y me envían a un centro de reinserción social? No, no tengo carbón a la mano y podría ser que alguien olfateara justo a tiempo, dejándome a medio asfixiar, medio parapléjico, medio vegetando… ¿qué tal si caigo encima de un auto con bolsas de aire y luego me cobran su reparación? … este cuchillo está tan viejo y oxidado que de pronto me da tétanos y me obligan a seguir en tratamiento, así esté muerto… Claro, no hay nada como una buena fuga de gas, decidido.
No, no haría los pendientes del día. ¿De qué sirve a un muerto haber pagado la renta? ¿Qué caso tendría entregar la lista de resultado de los estudiantes irresponsables que jamás se habían interesado por sus lecciones? Mejor dejarles la oportunidad de justificarse ante el nuevo profesor y venderse a él con sus adulaciones, buenas caras, gestos amables, sonrisas y justificaciones. Total, les interesa el pase, no el aprendizaje.
¿Comer, cenar? Ni aunque en el refrigerador quede una rebanada de mi tarta favorita o un poco de guisado (guisado de guisantes con garbanzos y grano gordo de Guatemala- me digo, con todo el derecho de hacer mis últimas cacofonías). Mejor evitar a los pobres forenses la pena de vaciar mis tripas y constatar que no morí de una intoxicación. De cualquier modo, bastará con la pestilencia del cuerpo: evitemos rociar de flatulencias a los deudos.
Sí, es cierto: ni la muerte es perfecta. Hubiera preferido fenecer en Río de Janeiro, para que me recordaran al ritmo de un Bosanova; o en Finlandia, para que mi cuerpo se mantuviera inmaculado al aire libre, a menos quince grados centígrados: podrían llegar a beatificarme.
Mejor aún: en China. Ahí todos tendrían que vestirse de blanco para darme el último adiós e irían a la tienda de artículos religiosos para comprar, con billetes reales, billetes de papel que arrojarían y quemarían en un cesto para que esos millones me acompañasen en mi otra vida… ¡Vaya! Al fin sería millonario, qué ironía: murió y se hizo rico!
Lo ideal sería Irlanda: mis amigos y familiares me despedirían con una bebida negra como sus conciencias y amarga como muchas de sus vidas; los puritanos beberían Whisky, pues es un poco más transparente: sería un acompañamiento en turbio que se torna a borroso. Beberían hasta la borrachera y luego me olvidarían para ir por más Guinness y alcohol: discutirían sobre lo inútil de nuestra existencia, sin asombrarse de que alguien se hubiese aburrido de estar ahí, en una tierra verde y plana con paredes de agua fría, que se recorre sin encontrar la salida: un canto a ritmo de Daddy’o y listo, otro que se va.
No como en este país, donde se preguntarán una y otra vez si hicieron algo mal y rogarán cientos de veces por mi eterno descanso… ¡Pero si de lo que estoy cansado es de Dios y sus falsos predicamentos! “Amaos los unos a los otros” (cinco ejecutados hoy en Ciudad Juárez), “No robarás” (otro gobernador enfrenta juicio por enriquecimiento ilícito) “da tu pan al que no lo tiene…” (y cierras la ventana del auto cuando se acerca un mendigo), “…y al que lo tiene, dale siempre hambre y sed de justicia” (sí, absolvamos a los asesinos del 68).
No como en este país, donde llorarán y llorarán; donde se mirarán compasivamente y aprovecharán el velorio para criticar mi vida y la de los allegados: que si fulano hizo, deshizo, o dejó de hacer. No, definitivamente tampoco se elige donde se quiere morir.
Dejemos el tema por la paz. Mejor una buena programación musical: por hoy no me importará que el corazón altruista del político que años antes devoró el erario público decida devolver, perdón, donar, dar, al pueblo una migaja de su hurto: cinco nuevas camas de hospital o una ambulancia nuevecita.
Abro todo el gas y me tiendo en la cama. Un poco de Sting de los ochenta, para recordar cuando los músicos aún creían en un mejor mundo, luego algo del Gabriel de In your eyes y finalmente una muy wagneriana cabalgata de las Valquirias…
… No, no, que no digan que estoy dormido y que me traigan aquí, ni que estoy borracho, o que me fui al cielo, mucho menos que me convertí en lagartija o rinoceronte; tampoco fui al espacio intersideral.
Sólo que borré mi nombre de la lista de los vivos, que corté mi existencia, que decidí parecerme a Hemingway, Novalis, Saint-Exupéry y Van Gogh; imitar a un kamikaze, a un inmolado de Corea del Sur, al decepcionado que se lanza al río con una piedra a los pies: a Lawrence de Arabia que, dicen, murió en un accidente, pero yo digo que se accidentó de tanto estar muerto en vida… y bueno, pueden simplemente decir que me fui, porque irse, aunque sea de este mundo, es algo que todavía pocos se atreven a hacer.
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