A todas las personas que alguna vez han sentido el desagradable hedor del rechazo
Quién sabe lo que es estar postrado en una cama entenderá lo que le digo. ¿Alguna vez te han operado de lo que sea, o te han escayolado alguna pierna recién fracturada? A eso me refiero. A la sensación de fragilidad. Como si fueras un polluelo que acaba de descubrir el frío mundo más allá del cascarón, y necesita el rincón calentito que su madre le guarda bajo su ala. Yo soy ese polluelo, pero ya me voy acostumbrando tanto al dolor como al frío. Me han crecido plumas aunque me sigo sintiendo débil frente al horizonte, por eso bajo la mirada a la altura de los pies. Los míos y los otros. Mocasines, deportivas, sandalias, tacones, babuchas, alpargatas, plataformas, botines. Habré visto cientos de miles. Quizá millones (siempre digo que empezaré a contarlos pero luego acabo por rendirme al llegar a 100...¿Y si los contara de 100 en 100?).. El calzado calienta tus pies y los protege del suelo, lleno de bacterias y objetos hirientes, de la misma forma que lo hace mamá gallina con su hijo. Ellos te dan movilidad. Así es que cuando veo unas zapatillas agujereadas por delante no dejo de pensar en la dejadez de su dueño. Seguro que es un pasota. O simplemente un pobre hombre que no le llega para otras. La inteligencia de una persona es directamente proporcional al cuidado de su calzado, siempre que no sea pobre (estoy pensando en escribir mi teoría). Y eso que yo no soy nadie para hablar de inteligencia, pero les debemos mucho a nuestros zapatos. Yo siempre llevo los mismos, unos Panama Jack color caqui del 39 y medio de auténtica piel de vaca, que cuido con una limpieza diaria a base de grasa de caballo. Haberlos perdido me duele más que la paliza, pero la tita Menchu a lo mejor me regala otros por mi cumpleaños (¡Sólo faltan 162 días!) Ella siempre viste zapatos muy bien cuidados de ante negro con ribetes de metal. Clásicos pero elegantes. La tita Menchu es muy inteligente, cuando cumplí los 30 me regaló un juego de té para jugar con mis amigos. Dentro de la tetera había 2 entradas para “The Smasher”, un espectáculo que papá y mamá no querían que yo viera: un coche gigante que aplastaba a otros pequeños. Decían que podía ser muy violento para mí. Juan descubrió las entradas mientras jugábamos en la asociación...La semana que viene vuelve Big Smash (así se llama el gordo que lo conduce) con sus botas de cuero embarradas y sus hebillas doradas, pero no podré ir a verle por culpa de otras botas. Las últimas que vi antes de despertarme aquí, con mamá y papá al lado, lleno de dolor y de lágrimas, pero sin poder quejarme ni llorar. Ellos hablan y yo les escucho, pero aunque lo deseo con todas mis fuerzas no soy capaz de emitir ni un leve sonido. El médico dijo que la paliza me causó daños graves en el cerebro, y que habría que esperar para que los pudiera recuperar. O algo así. El día que vi aquellas botas decidí empezar la cuenta de zapatos. Caminé al salir de la asociación en dirección a casa y me crucé con el primer par de náuticos a los pocos metros. Los seguí y me llevaron a muchos más zapatos, casi perdía la cuenta cuando el suelo se oscureció un poco y dejaron de oirse ruidos. Me quedé quieto, sin respirar, consciente de que había perdido el rumbo y no podría encontrarlo. Ya no encontraría la baldosa levantada de la calle principal, donde giro a la derecha hasta llegar al chicle rosa pegado en la acera de casa. Ese chicle que tiene la forma de la cara de un león, con su melena y sus orejas. 77 pasos grandes y 92 pasos pequeños. Ahora lo único que veía eran varias botas desgastadas de color azul oscuro, con cordones negros recién comprados. Había 6 en total. Esas personas parecían inteligentes, pero no mucho porque sus botas habían perdido todo el color en la punta. Se acercaron a mi y no recuerdo más. Últimamente he soñado con palabras que no conozco. Mongol es una de ellas. Nunca me he atrevido a preguntarle a mamá qué significa, por si es una palabra fea de las que dice a veces papá, pero en el sueño me la dice la gente y yo me pongo a llorar porque no les entiendo. Me despierto y miro alrededor hasta que veo a mi madre recostada en el sofá, murmurando en otro sueño, y entonces me quedo tranquilo. Otra palabra es Dáun. La dice a veces la tita Menchu pero muy bajito y casi no puedo oírla. Papá y mamá nunca la dicen pero la entienden y debe ser importante. Fea no, importante. Otras veces sueño con el polluelo y su madre, y no me siento tan frágil. Algún día me saldrán tantas plumas que podré volar, podré mirar al horizonte sin miedo a nada y dejaré de buscar pares de zapatos. Me compraré miles, así no tendré que salir a la calle para contarlos. Ese día no habrá botas desgastadas que se acerquen, ni palmetazos en el cuello, ni risas, ni espacio alrededor. Y llevaré a Juan al parque para que juguemos con los demás.
"Deja volar al pájaro, no le cortes las alas aunque se pueda estrellar. Dueño de sus ideas y sus emociones. Déjale libre"
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