¡VAYA DÍA DE SOL!
¡Vaya día de sol!
Me acerco a la playa a caminar por la orilla del mar.
Malo para mis triglicéridos, bueno para mí.
Las 9.30 hs de un domingo de junio que revienta de vida.
Ando deprisa. Me dijeron que unos 35 pasos por minuto para que haga efecto en las mantecas abdominales.
Ese hombre de cara anodina está en el agua hasta las rodillas. Anda despacio con su camisa azul clara a cuadritos chiquitines y un pantalón corto también azul. Lleva una mochila bastante grande, como si llevase todas sus pertenencias o hubiese desviado su ruta desde las montañas para darles una alegría a sus tendinosas piernas.
No somos muchos a estas horas los que deambulamos por la playa, la noche del sábado roba tiempo a la mañana del domingo.
Hay algunas personas bañándose y el agua aún está fría. ¡Qué valor! Cuánto deseo de bañarse, aún es primavera.
Me cruzo con una pareja de inmigrantes sudamericanos de rasgos mayas o aztecas que sonríen hablando y miran casi al mismo tiempo mi camiseta y mi gorra visera que anuncia en letras bordadas en blanco y rojo sobre fondo azul marino: PUERTO RICO y lleva cada prenda una banderita del país. Inmediatamente miran mi rostro y sonríen desviando la mirada.
Un cincuentón más redondo que alargado se cruza a mi izquierda haciendo futing, se le nota que sufre, pienso en el infarto y me alegro de haberme iniciado en la andada.
Camino a gusto sobre la arena húmeda. Debo doblarme los camales del pantalón para que no se mojen. Voy pisando las valvas de los moluscos que un día vivieron enterrados bajo la arena. Mis pies se acomodan a sus pequeñas esquirlas y no duelen.
La brisa debería poder ser embotellada para los de tierra adentro.
Gente emparejada y gente sola hemos tomado la sinuosa linde entre arena y mar con nuestros pies descalzos.
Comienzan a llegar las primeras hambrientas de sol. Hamacas alquiladas, crema solar, bolso de colores. “Me dejo la parte de arriba del bikini o me la quito?”
Un pescador de caña, tiene dos plantadas en sendos soportes clavados en la arena y el invisible hilo tensa sus punteras que se curvan hacia el mar. Las mira hipnotizado... “¿Y si pican?”
De frente viene una pareja de bien entrada la cuarentena con rasgos centroeuropeos. Ella luce sus mamas grandes, blancas, redondas y pesadas. Van agarrados de la mano y no se atreven a mirar más que a la arena, como si temieran las miradas ajenas.
Una anciana grande, andaluza, a juzgar por su acento al cantar, con la falda arremangada casi hasta la cintura, camina por el agua dando salud a sus azuladas piernas y, sin esconder la mirada, le escucho al pasar... “Llena mi vaso de aguardienteeeeeeeeeeee de mostrador en mostradooooooooooor........” Creo que la letra no es así como la cantaba Concha Piquer, pero la anciana de cabellos teñidos morenos lo hacía con tal resolución que convencía.
Un señor delgado, con bañador pequeño, ceñido, azul, casi vacío, piel quemada de otros años y de este y al parecer de cuando era mas alto y corpulento, por las arrugas que escondía en distintos lugares de su anatomía, la miraba, perplejo y quieto, de soslayo, dejando caer sus párpados con donaire femenino para luego hacer un comentario por lo bajo a las dos mujeres nodrizas que le acompañaban.
Qué placer pisar, ni duro ni blando, en la arena fresquita y húmeda.
¡Vaya! ¡Una joven! Y no está mal. Hasta ella misma se ha dado cuenta de que estas no son horas para los de su generación y sonríe satisfecha de aglutinar miradas. Es una pieza rara en el mosaico de los amantes de la playa tempranos.
Me voy a quitar la camiseta, la gorra no que no tengo pelo en lo alto y puedo terminar con guisado de mi propio cerebro.
Esa niñita de tres años que intenta hacer una montaña de arena tan cerca del agua que cada vez que sube un poco la lengua de la ola se la disuelve, pero continúa tenaz.
Llama la atención un paraguas abierto en un día tan soleado; lo lleva una señora mayor que teme quemarse la piel pero le gusta andar por el agua.
Ha madrugado el aficionado a elevar su cometa. El viento no falla nunca a orillas del mar, cuando no viene, vuelve hacia él, de manera que siempre ayuda a elevar los barriletes. Esta formada por dos aves azules que vuelan en paralelo. Preciosa.
Ya he llegado al punto de donde salí. Respiro agitadamente. 35 pasos por minuto.
Creo que lo que me ha dado el paseo es mucho más que lo que he perdido de perímetro.
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