Su silueta anciana esperaba en la sala de espera, mientras veía a un barco moverse lentamente en esa mancha sobre la pared, quizás como una esperanza de ayuda predecesora del naufragio. Las pupilas lejanas aún moraban en aquel pasado itinerante; preso bajo los claustros solitarios; del frío invocado por las aguas, aferrado al ostracismo de una mente insana. Necesitaba estar a salvo; liberarse de tanta oscuridad inmersa dentro de su cuerpo, a la vez que no dejaba de seguir con su mirada esa imagen navegante. Unos minutos más y la puerta del consultorio se abrió. El psicólogo lo recibió en otra de sus periódicas sesiones. Hoy era el turno de la batería de tests. Luego le mostró algunas figuras para que asociara libremente; de las cuales sólo atinó a decir que tenían mucha semejanza con el hundimiento del Titanic...

Algunos recuerdos que uno trae consigo, se han elaborado desde el útero materno...


Ana Cecilia. ©