El espíritu morboso y maligno de la humanidad confluye en el sabor a sangre en boca del cazador y la aventura de sentirse portador de la muerte en las manos: esa es la cacería y me encanta!!!.
Desde niño en la pequeña ciudad donde crecí, las aventuras de cada quince días camino al campo valían la pena y dejábamos a tras la comodidad de la cama y la privacidad del baño, para enfrentarnos a la falta de pudor de cagar en un barranco y compartir pedos en una cama franca, donde zancudos eran invitados a repartir piquetazos en los lugares más inverosímiles o donde nuestra poca vergüenza nos impedía rascarnos.
Dado que no existía televisor, lo cual tiene sentido pues no había energía eléctrica, compartíamos historias en una cocina abrigada por el calor de un fogón de leña, así que: MTV, SONY, FOX y TNT, nunca contaminaron nuestra cabeza con estereotipos de perdedores o de asesinos con causa.
Nuestra identidad cultural se mantuvo y nuestro héroe seguía siendo Don Chucho, un cazador de verdad, que si bien, no usaba truza y calzoncillos Rojos, nos inspiraba con su diente de plata que brillaba a la luz de la vela y nos hacía pensar que: “Si un tipo con semejante barriga, podía vivir tan intensamente, nosotros podríamos algún día luchar por nuestros sueños”.
Cada vez que Don Chucho se apoltronaba en la butaca, afirmándola en el piso de tierra de la cocina, encontraba a sus pies miles de ojos de niños que como ranas brillaban sin parpadear, rompiendo el silencio solo para espantar los picotazos inclementes de los zancudos. Así que, el narrador nos transportaba en alas que ahora se han perdido o mejor nos ha quitado esa inyección cultural que fluye en los televisores y que invita sin esfuerzos en caminos sin sentido.
Entenderán que cuando nos invitó Don Chucho a cazar un Cóndor todos nos peleamos por ser voluntarios para participar en la cacería y la noche anterior una mezcla de miedo y ansiedad se debatía en nuestro estómago.
Las dos de la mañana, de la casa de adobe se parieron siete sombras: seis cobardes y una valiente e imponente: el perro, que era el único que sabía para donde iba, las otras seis eran: Don Chucho, dos hermanos de él, mi papá y un amigo de él, y yo que hasta ahora me doy cuenta que nunca tuve amigos (Mierda!!!).
Nos internamos en la Montaña donde se había visto al Cóndor: Un animal imponente, de hermoso plumaje, con envergadura de casi tres metros, porte altivo y ferocidad solo encontrada en: El Rey de los Andes, lo cual hacía mas divertida la cacería y mientras caminábamos, y terciaba las municiones de una escopeta calibre 12, que era la única arma que tenía nuestra cuadrilla conformada por: Mi papá, el amigo de él, el perro que era el único que sabía para donde iba y yo que caminaba al final de la fila tarareando una canción de las que cantaban mis hermanas la tarde anterior mientras veníamos en el campero FORD LLANERO turnándonos con un corito que decía: “Que canten los burros de adelante”.
Íbamos llegando a la cima de la montaña metidos en una espesura tal que no veíamos sino el cielo estrellado, cuando el perro tomó la delantera y se coló entre la maleza, para emprender la huida, como le cuento él sí sabía para donde iba, nosotros no, es mas, a partir de ese momento la lucha fue saber donde estábamos aunque nadie se atrevía a reconocerlo.
Tuvo que pasar el tiempo para que entendiera que los adultos siempre son así: Hay un momento de la vida, en que pierden su perro guía y se extraviaron en la montaña de sus vidas, solo que no lo reconocen por temor a quedar como idiotas al ser abandonados por su “Perro Fiel” o por pensar que el tipo que está a su lado, sí sabe donde está parado, así que se confían hasta que descubren tarde que tenían el mismo perro.
Yo me sentía perdido desde la huida del perro pero mi papá y el cazador que nos acompañaba en cambio: “No podían estar perdidos”, pues eran cazadores y como tal, su instinto les decía que tenían que conocer “todos lo caminos” que ocultaba la montaña, solo unas horas después cuando el miedo se fue apoderando de los expertos cazadores, pudieron reconocer que estábamos perdidos y que nos tocaba escoger un camino.
Una lección muy valiosa sin duda, me enseño que los niños tiene un poder superior: El derecho legítimo a estar perdidos y que este derecho se acaba con los años, me enseñó también que el mundo es como esa montaña, donde cazadores extraviados vagan sin orientación buscando un rastro y tratando de reconocer el camino verdadero, pero al final todo se resume en que estamos perdidos y que no existe un camino elaborado, sino que el camino debemos abrirlo a nuestro paso.
Pero ahí estábamos, los tres arañados por la maleza, aporreados por la montaña y con nuestro orgullo herido por no poder encontrar el Cóndor. El sol nos sacudió con sus rayos y nos avisó que todo había terminado, pero como siempre, cuando vemos venir la derrota mas nos aferramos a la idea de la victoria, éramos finalmente “los machos” en busca de presa para nuestra caza y el ambiente de testosterona superó la limitada inteligencia de los tres, así que continuamos empecinados caminando tras: Nuestro Cóndor”.
El hambre y la fatiga, se convirtieron en nuestros aliados y a las 10:30 AM, por fin casi desde la ladera de la montaña pudimos ver el majestuoso animal posado en un árbol, coronado la montaña, así que esta vez con rumbo, tomamos nuevamente ascenso en medio de los latigazos de los árboles, los rasguños de la maleza y el calor hostigante de la montaña.
Es increíble lo que rinde caminar ciando se conoce el objetivo y en menos de una hora, logramos estar a escasos treinta metros del árbol, donde estaba extendiendo su plumaje: “El señor de los Andes”, pero lo más inverosímil es que el avechucho nos hubiera esperado tanto tiempo.
Así que nos dispusimos a dar caza al Cóndor, en ese momento, el cazador y su presa comulgan en un solo lenguaje: “La vida misma”, y yo que apenas era un niño tampoco quería estar demasiado cerca, primero porque tengo que reconocer que me cago al ver sangre y luego porque estaba vuelto mierda de cansancio y no quería andar un metro más.
La única escopeta que teníamos se fue deslizando entre las entrañas de la montaña y cuando estaba bajo el animal, el sonido del disparo gritó con júbilo que todo había terminado, el ave cayó entre los matorrales con un tiro en su pecho y la vida en nuestras manos y el sabor a sangre y a tragedia sació el morbo de los tres que nos declaramos: “Triunfadores”.
El cuadro era espectacular: dos hombres bajando las montañas y recordando su hazaña, repasando un crimen atroz, bañados entre licor de sangre y orgullo, las risas estallaban en la maleza y ya no nos importaba, ni el hambre, ni el cansancio.
Por supuesto, yo llevaba el animal a mis espaldas y las alas se abrían a mis costados, me divertía ver mi sombra como ÁGUILA SOLITARIA el héroe de las tiras cómicas y pensaba en las historias que contará a mis cómplices de juegos y está vez Don Chucho sentado escuchando sobre mi valentía.
A las tres de la tarde, nuestras figuras aparecieron por el sendero de la casa y la alegría de todos sus habitantes nos recibían en medio de risas y aplausos por nuestro éxito en la cacería, solo fue hasta que estuvimos suficientemente cerca que mi Mamá se percató que nuestra presa no había sido un Cóndor sino un Chulo (Gallinazo, Cuervo, Carroñero, como quieran llamarlo).
Nuestro trofeo por el que habíamos hecho tanto esfuerzo, no era mas que un despreciable come carroña y nuestro hábil sentido de cazadores había confundido al Rey de los Andes con el peón de los plumíferos.
Esta vez ya no se reían con nosotros, sino de nosotros, el tiempo se encargó del resto, nuestro orgullo cicatrizó, al chulo se lo comieron otros chulos. Yo entendí que las historias de cacería son solo eso: Cuentos para esperar que la luz del fogón de la cocina se apague y compartir risas con quienes amamos, por eso continué esperando las noches para que bajo el brillo del diente de plata de Don Chucho dejáramos volar nuestros ojos en medio del encanto de los cuentos de cacería.
Pero al final, aprendí algo más importante: En el camino que formemos en nuestra vida siempre perseguiremos “Majestuosos Cóndores” y nuestra ambición de encontrarlos nos hará ver a muchos chulos como bellas aves, sin importar cuanto apesten, ni cual cansados estemos, debemos entender que lo que diferencia entre ser presas o ser cazadores no tiene que ver con quien tiene el arma sino con quien se hace mas daño con el disparo. |