En las sombras frías de una primavera muerta, donde asiento con mi cabeza mi derrota, mirando el polvo que deja la victoria en el paisaje de espinas que va quedando a medida que se marchan los victoriosos, paisaje que hace palpable el sufrimiento de mi corazón, destrozado por la profundidad más perpetua, en el cólera de uno de tantos días, que se llamo la frágil persona, pero de apariencia fuerte, con poder para perdonar vidas.
Y mientras tanto, en los contornos perdidos de la mirada, hallo mi laberinto, óbice de mi felicidad, guardado por el miedo de mi vida, o simplemente la mar muerta que invita a contemplar el aburrimiento varado de un te quiero, maltrecho por la desolación de saber que no ha sido correspondido, saturado, después de llegar a las misma puerta de su muerte; una muerte en forma de laberinto sin retorno, donde nos encontramos en un pasado presente, pero continuo, estancado en la estación de mi cabeza, florecida por los atardeceres más bonitos que nunca hallas visto, cambiante como mis palabras y sentimientos, donde todo es mi vida, y nada también.
De frente, con la muerte en los labios y su mirada de mi mano, encuentro amaneceres, en forma de una dama anochecida…mi mirada se pierde y estalla la resurrección del antihombre, personificado en mis palabras, sentimientos muertos, fruto de una fuerza violada a lo largo de caminos y batallas desoladoras de amaneceres.
Sigo la senda, a la vez que tarareo un canto a la pérdida, réquiem para uno, que algún día se encontrará vivo en los parajes de la tierra, enfurecido, desterrado, despojado de unas agujas, estandarte de algo vivido y sin contar, por la tragedia en forma de avance sin escrúpulos hacia el asesinato de mi mente moribunda. Un manto blanco, cubierto por un grupo de falsos sueños, que invitan a un grado de confianza, que se fusiona con la mentira más piadosa, entusiasta al afirmar, que solo tenemos lo que nos merecemos, olvidos entre mareos de agua, frustrado por la comparación dual sobre uno.
E imaginar, situaciones de locura, donde el tiempo deja de existir, y se hace viejo, pero sonríe y se muestra prometedor, pero solo es una mentira descuidada; conocedor de sus errores, y del comienzo de diferentes y nuevas formas de vida, donde la dualidad en uno, es una noción que invita a dejar de existir, para pasar a la dualidad en dos, y que solo una ha aceptado, con la mirada muerta en el odio más existencial hacia mi propia persona, tétrica en el planteamiento de sus propios sueños.
Para entonces la batalla había finalizado, a consecuencia de las bajas provocadas por la soledad, epidemia que despilfarra los aullidos del no necesitado, junto a la cruz del destino y las ratas de a bordo.
No era nada más que una noche de lluvia, junto al encanto de la oscuridad plena con el sonido de fondo de unos pesados grilletes, al caminar por la madera muerta pero agarrada a sus hermanas de trabajo inútil, necesario para mantener a flote la coherencia de mis versos.
Arrojado al abismo de la mar, converso con mi sirena varada, de la necesidad del resplandor fosilizado en las manos, para acantonar la fuerza de un puño en el bolsillo más suave, sin necesidad de ser justificado al paso de la línea divisoria entre tierras y mares diferentes.
Una vez dentro, yacemos inmunes a los arrebatos de la furia maltrecha, conocedora del espíritu maligno, que acecha los pasos más pálidos, sin necesidad de encender unas velas en la catedral de mi canonizada sirena, de negro y muerta por la salvación de mi navegar y santa por mantener la luz que ilumina los afilados desfiladeros que me asechan en forma de un todo, muy conocido por los conocidos de las velas enervadas al salto de la mar.
Llueve, en una noche oscura, los golpes de las gotas en mi cara hacen temblar una ceja cansada de tanto esperar, miradas paralelas que acechan un golpe moribundo, indigente frente a la maestría de sus voces, imperceptibles a una pupila con intención de ser dilatada al máximo de su capacidad, en espera de un nuevo crujir.
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