¡Qué frágil!, es la expresión que suele consumirse en mi cabeza, y aun no la entiendo. Esto de pasar inviernos es cosa de algunos, porque lo que es yo prefiero quedarme en esos veranos cálidos y tiernos, donde uno se cobija en uno mismo y se disuelve en la seguridad. Era tan sólo ayer cuando me lamentaba por lo perdido, me regocijaba cabizbajo y sin sentido, en eso andaba, en eso cuando la historia me recordó un racimo de su fuerza: fueron ellos, los griegos, quienes me trajeron en sus vueltas; después de todo, fueron ellos mismos los que me enfrascaron en el Peloponeso, dejando mi alma abatida después de arduos combates. Hoy, con una reluciente incertidumbre segura, me percato del ingenuo e inverosímil destino, no hay más, sólo la realidad de lo irreal, lo suspicaz de lo eterno.
Comencé a sentir ese sabor, de sonrisas y perfumes, eso que...
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