Salí a la calle con un dejo de temor. No por algo, la televisión se encarga siempre de regurgitar todo aquello que promueva la superstición de la gente. A cada trecho veía sonrisas siniestras, un perro me miró fijamente y juraría que sus ojos se pusieron amarillos y deslumbrantes como los del Rotweiller de una de las sagas de La Profecía. –Curioso- pensé, ya que era una mirada aterrorizadora, sin más efectos especiales que un destello de luz reflejado en las córneas del can. ¿Sería realmente eso? Pasos más allá, un gato más negro que todos los gatos negros, se plantó estoicamente delante de mí y me lanzó un maullido desafiante. Al abrir su hocico, me pareció ver el número 666 fulgurando incandescente en su gaznate. O bien pudo ser un simple efecto óptico causado por sus dientes, eso no lo tengo claro.
Por simple nadería, me fui contando los pasos que separan al supermercado de mi casa. Mientras dejaba atrás a ancianas de mirada sugerente y a niñitos sonriendo maléficamente, yo, con el alma en un hilo contaba: cuatrocientos, cuatrocientos uno…cuatrocientos dos… y proseguí contando, hasta que en el cielo oscuro se dibujó de pronto la nítida efigie de una serpiente. O bien fue una nube que se asemejaba mucho a esa forma, o acaso sólo lo imaginé. –Quinientos doce…quinientos trece…quinientos catorce…
Mientras proseguía mi conteo, divisé a un hombre que aullaba de miedo y que era arrastrado por otro que vestía extraños ropajes. Lo más raro de todo era una especie de cola que le reptaba por el piso produciendo un chasquido y un insoportable olor a… a… ¿azufre? Los individuos se esfumaron de pronto y juraría que escuché una risotada espantosa que se quedó retumbando en mis oídos. No sé, trato de encontrarle explicación a esto e imagino que era un par de muchachos bromistas que pusieron impecablemente en escena esa terrorífica visión. ¿O no? ¿Acaso sólo fue mi imaginación?
-Seiscientos veinte…seiscientos veintiuno…seiscientos veintidós…Estaba a pocos pasos del supermercado cuando todo se cubrió con una niebla espesa y negruzca que hacía pensar que la noche había caído repentinamente sobre mi alma temblorosa. Seguí contando por inercia, imaginando que en cualquier momento una horrible garra me detendría. Una voz lúgubre resonó muy cerca de mí repitiendo en letanía la frase: -Cementerio, cementerio, cementerio… ¿Existió la niebla o sólo fue un enorme avión que pasó rasante sobre la ciudad, cubriéndonos de sombras? El que repetía las palabras cementerio, cementerio ¿Era un pregonero de la muerte o el cobrador de un taxi colectivo que indicaba su destino? Nunca lo sabré. Con los pelos de punta, proseguí contando mis pasos. Seiscientos cuarenta y siete…seiscientos cuarenta y ocho…
Cuando ya estaba en el umbral del supermercado, conté- seiscientos sesenta y cuatro…seiscientos sesenta y cinco… y cuando mi pie pisó la alfombra del establecimiento, finalicé mi cuenta con el cabalístico seiscientos sesenta y seis. Me paralogicé de terror al percatarme que todo me indicaba que este era un día muy especial, muy enigmático. Pero de inmediato me tranquilicé pensando que pude haberme equivocado y repetido alguna cifra u omitido otra, mas, eso lo corroboraría en otra oportunidad.
Compré demasiadas cosas para mi gusto, tanto así que el carro se repletó. Pero era extraño, ya que majestuosas promotoras me inducían a comprar todo lo que se les antojaba. Me seducían con la mirada, nada me decían, pero yo sacaba todo lo que estaba en los escaparates.
-Son seiscientos sesenta y seis mil pesos- escuché decir a la cajera, mientras me sonreía y un fulgor rojizo brillaba en sus ojos. El chico que empaquetaba la mercadería, reía maliciosamente y noté que unos largos colmillos sobresalían de sus comisuras…¿sangrantes?
Escapé de aquel lugar, dejando todo abandonado y corrí y corrí a través de la negruzca niebla que se había desplomado una vez más. ¿O había anochecido? No lo sé, tropecé mil veces y perdí mis zapatos en la huída. A cada trecho veía llamaradas y rayos de luz que atravesaban las sombras con un zumbido espantoso. Continúe corriendo hasta llegar a mi casa. Abrí la puerta con manos trémulas, la llave resbaló de mis dedos en tres ocasiones, un gallo cantó y su canto se quedó suspendido en la noche, irrumpí en mi oscura vivienda y me desplomé en un sillón. Cuando ya me encontraba algo más tranquilo, seis golpes resonaron en mi puerta. Me paralogicé de miedo. Seis nuevos golpes repercutieron en la noche. Mi cabeza giraba, creo que me oriné de espanto. Cuando estaba al borde del desmayo, otros seis golpes, esta vez más intensos tuvieron el poder de sumergirme en un sueño catártico, liberador.
¿Era el demonio el que acudía a mi puerta? ¿O acaso sólo fue Juanito, que acostumbra a dar seis golpes cada vez con sus nudillos callosos? No lo sé, no lo sé. La respuesta ahora ya no importa. Ya nada importa…
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