Solo es...
El sol todavía se esforzaba por levantar cabeza, entre medio de la densa niebla, pero aquel hombre presto estaba con su impecable camisa blanca, su pantalón negro planchado perfectamente, unos zapatos charol que casi reflejaban su cara, ya decidido a someterse a la diaria rutina, que no sabe de sábados ni domingos de descanso.
Después de media hora al volante estaciono en el pequeño patio trasero, de aquel restaurante lujoso, al lado de los no muy perfumados contenedores de basura. Sin mayores rodeos, entro por la puerta entreabierta y mientras una suave música de fondo resonaba por los altavoces se dirigió al gran armario, abrió sus puertas y comenzó a sacar los manteles que prolijamente acomodados colocaría sobre cada mesa del amplio salón, los cubiertos de igual manera al costado de cada plato, darle el ultimo toque de brillo con su flamante repasador a cada una de las copa después de inspeccionarlas minuciosamente.
Todo eso mientras las sillas todavía lucían vacías, controlar que no falten ni ceniceros ni servilletas y antes de que las manecillas del reloj dieran otra vuelta, resonaba ya el bullicio de los comensales. Exigían a cada segundo la respuesta de aquel hombre de impecable vestimenta y buen porte, que hábilmente la bandeja portaba con su preciado contenido, algunas de cuello largo, fluyendo como gacela entre medio de una y otra mesa, sin importar cuantos exóticos platos le pedían, sus pedidos eran perfectos al llegar a la cocina, rápidamente retornando a las mesas con los platos calientes soltando vapores todavía, sin descuidar detalle al pasar por la caja nombrando en veloz pasada
- Un vino de la casa para la mesa cuatro...dos flanes helados con nata para la seis, la adición para la nueve, dos cafés descafeinados de maquina, uno normal el otro corto de café...
Mientras su paso mantenía ya alejándose de la barra, con sendas botellas de agua mineral colgando con destreza entre sus dedos bajo la pesada bandeja para evitar otro viaje, sin contar su habilidad para llevar 5 o más platos, en perfecto equilibrio sin dejar caer un solo cubierto.
Mantener un cordial trato con una sonrisa franca, toda una tradición a pesar de haber tenido una noche de perros, donde no encontraba posición para descansar su fatigada columna.
Su maestría en varias academias se enseña con cierto buen nivel, pero lo que lo distingue es la cantidad de suelas gastadas en el ir y venir desde el pasa platos de la cocina a las alejadas mesas del entrepiso, donde un par de escalones todavía obstaculizan su paso. Allí suelen armarse las mesas de los grupos numerosos, donde cada uno para no ser menos, pareciera que también tuviera que pedir a destiempo para que el incansable hombre suba y baje una y otra vez. Luego cuando todo aquello queda en un silencio sepulcral, como del campo de batalla donde mudos testimonios del consumo, quedan dispersos por cada rincón de las mesas rodeadas por sillas desordenadas, aureolas del buen vino marcadas en el blanco espuma de los otrora almidonados manteles, mas de una servilleta con el logo bordado caída y pisoteada sobre un piso con muchas colillas, esperando una vez mas quedar relucientes para la próxima exigencia de lo impecable.
Solo un puñado de horas es su pequeño respiro, hasta la cena de igual traqueteo.
Pensar que todavía un grupo de abogados junto a un recién recibido medico platicaban distendidamente echados para atrás en sus confortables sillas, frente a una mesa del restaurante, soltando densas cortinas de azulado humo, ya mas que satisfechos mientras saboreaban un cremoso café delicadamente servido a la temperatura justa.
Se referían a el irónicamente diciendo el uno al otro
- ¿Es un profesional el hombre?
- No...
- Que va repuso el flamante medico...
- ¡Solo es un camarero!
N.D.J. 31-12-02
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